Veo la foto y memorizo hasta saber quiénes son los dos jóvenes con los que comparto un banco de parque y su alcoba. Allí hablamos. El compañero José Carlos Guerra es autor de la foto y hace poco me la hizo llegar. Fue uno de sus primeros trabajos para LA PROVINCIA. José era un chiquillo pero con mucha sensibilidad para el género periodístico que escucha a los marginados. Me muevo e identifico el escenario del reportaje y a los protagonistas, me faltaba el porqué. La imagen tiene 19 años. Le doy vueltas a la cabeza, pregunto y finalmente lo recordé todo. Es la típica foto de una época en la que en Las Palmas uno de los puntos negros de la marginalidad y el tráfico de drogas era Guanarteme. La historia que dio pie al reportaje fue la siguiente. Los entrevistados, alrededor de los 28 años, vivían su miseria e infierno de drogas en los terrenos en los que hoy se levanta el túnel de Luengo. En esos solares una docena de jóvenes del mismo perfil colocó bloques en los que descansaban planchas de uralita. Eran sus chabolas. En la hemeroteca leo que la madre de uno de ellos quería denunciar: "A mi hijo le van a destruir la chabola para hacer un puente", petición disparatada que encerraba el dolor de una madre. Al día siguiente, de ahí la foto de la que hablo, fuimos a los solares donde se construiría el túnel Luengo. Allí esperaban ellos. Habían arreglado su chabola para la ocasión, es decir, ordenada, aseada y ellos a su vez luciendo sus mejores galas. Buscamos un lugar donde poder hablar, nada, la alcoba y un banco en medio de la nada. Los chicos, uno de los cuales tenía problemas con la justicia, eran pareja. Querían comenzar a vivir juntos y sabían que perder su chabola era condenarlos a deambular por la calle, correr riesgos. Contamos lo que nos contaron, les hicimos hueco en el periódico sabiendo que era David contra Goliat, una batalla perdida. El grupo de chabolas, entre ellas la suya, acabó en la escombrera. Lo previsible. Verlos ahora después de saber que años más tarde uno de ellos moriría víctima de su mala vida es penoso pero nadie más que ellos fue culpable de su final.

Siempre me llamó la atención su osadía, su argumento, su insólita petición. Que pararan una obra vital en la ciudad para que no derribaran su chabola. Lo único que tenían. Pobre gente.