Advierte la dirección del Banco de España sobre el enigmático quehacer en el que se encuentra la banca privada: la venta de productos "opacos con envoltorios amables". La verdad es que uno, ante la alerta, se queda pensativo, pues faltan datos para completar el puzle. ¿Opacos? ¿Envoltorios? ¿Amables? En realidad no viene a ser otra cosa que un combo de eufemismos mojados en suavizante, destilados con aguja de morfinómano para que las entidades no se molesten. Ha pasado la etapa de los engaños burdos con las cláusulas suelo o las ventas de preferentes a ancianos con demencia senil plasmadas en contratos, y llega el momento de los salteadores tecnológicos que nos introducen en un recipiente de aceite para luego meternos mano en los bolsillos. Y son opacos porque impiden el paso de la luz. Y son amables porque aparecen con un envoltorio que bien podría ser el descubrimiento de un repostero agraciado con varias Michelin. Es otro estadio de la estimulación: dice el Banco de España que estos productos aparecen por vía digital, bordados entre las aplicaciones que pugnan por entrar en nuestros soportes, y que desembarcan tras hacerse con todos los datos de nuestra vida civil y financiera. No es un empleado de sonrisa amable y pechera perfumada, que antes nos ha llamado por teléfono para sugerirnos al oído que nos vendría bien participar en un plan de pensiones, o proceder a la firma de una seguro de vida a cambio de la concesión del crédito solicitado. No, la autoridad bancaria nos anuncia que este tipo de empleados se ausentará -o será un jubilado prematuro-, y aparecerá en su lugar un cibercerebro que acabará seduciéndolo. Informado de todas las debilidades, dispensa en cada momento la solución eficaz. Se abre otro frente, y como siempre el Banco de España avisa, pero no actúa.
