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Crónicas galantes

Año nuevo, vida vieja

Cuando murió la madre de Jorge Luis Borges, a los 99 años, una asistente al velatorio trató de consolar al escritor con razones numéricas: "Pobrecita, ahora que iba a cumplir cien años". Borges no pudo resistirse: "Señora, exagera usted los encantos del sistema métrico decimal".

Algo parecido ocurre con el cambio de hoja en el almanaque que marca el fin de un año y la entrada del siguiente. El público que asiste a esta comedia de la vida siente la compulsiva necesidad de felicitarse en tal fecha como si el paso del 31 de diciembre al 1 de enero fuese a cambiar el rumbo de su existencia. Con la llegada del WhatsApp, que encima permite acompañar vídeos alusivos al Año Nuevo, la epidemia no ha hecho sino extenderse.

Tanto es así que los más extremistas suelen hacer por esta época propósitos de vida nueva como, qué sé yo, aprender inglés de una vez por todas, apuntarse a un gimnasio, dejar de fumar o cambiar de pareja.

La realidad, sin embargo, no para de desmentir estas creencias vagamente basadas en la astrología. Por más que los augures vaticinen para cada año entrante la muerte del Papa o la Tercera Guerra Mundial (dos de las profecías para 2018), lo único cierto es que el nuevo año será más o menos como el anterior.

Va a morir gente que nunca había muerto y, como de costumbre, tocará la lotería solo a unos pocos. Tampoco hace falta ser Rappel para profetizar que los gobiernos seguirán robando todo lo que puedan, que unos días lloverá y otros hará sol y que Antonio García Ferreras presentará varios programas al día en la tele.

Por la parte que toca a España, lo normal es que a Mariano le suceda Rajoy en la presidencia del Gobierno, del mismo modo que González le tomaba el relevo a Felipe durante la larga era socialdemócrata de este país. Más previsible resulta aún lo de Cataluña, que es como un juego de la oca en el que cada cierto tiempo se vuelve a la casilla de salida. Y a empezar otra vez.

Son predecibles incluso los lapsus de Rajoy, que estrenó el cambio de calendario felicitándonos el año 2016, cuando a todas luces estamos ya en el 2018. Habrá quien atribuya el desliz al carácter retrógrado del presidente, que, llevado por su conservadurismo, empieza a contar también los años hacia atrás. Tampoco hay que sacarle tanta punta a ese lápiz. Ya se sabe que el primer ministro español tiende al despiste y a liarse alguna que otra vez con los conceptos, como su paisano Manquiña.

Cambian, a lo sumo, los precios: generalmente hacia arriba. Como ya habrá observado el amable lector, los gobiernos y las empresas tienen la desagradable costumbre de subir el coste de la luz, el teléfono, el gas, los transportes y los peajes con la llegada del nuevo año. Y en general lo hacen -o hacían- en la fecha simbólica del 1 de enero, aprovechando que muchos ciudadanos andan todavía entre las brumas alcohólicas de la noche anterior.

No es probable, en fin, que el año recién estrenado vaya a ser tan próspero como ingenuamente nos deseamos cada vez que llega un 31 de diciembre; pero tampoco es cosa de tomarse el asunto por la tremenda. Si algo nos ha enseñado el tiempo es que los años tienden a ser casi siempre los mismos, aunque los reputemos de nuevos. Solo que tendremos un año más de vida vieja. Disfrútenla, que igual no hay otra.

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