La Provincia - Diario de Las Palmas

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las siete esquinas

Pornocracia

Cualquiera que tenga hijos adolescentes sabe, o al menos sospecha, la cantidad de pornografía que están consumiendo desde que tuvieron su primer móvil, cosa que suele ocurrir a los doce o trece años (en algunos casos, incluso mucho antes). Se suele hablar muy poco de este consumo prematuro de pornografía, porque al fin y al cabo somos una sociedad mucho más puritana de lo que nos creemos (la tiranía de la políticamente correcto es una buena prueba de ello), pero este fenómeno es nuevo en la historia de la humanidad y de algún modo está deformando por completo la visión que muchos adolescentes se están haciendo del sexo. Ante todo, porque la pornografía que se consume ahora no tiene nada que ver con las revistas eróticas -tipo Playboy o Interviú- que circularon hasta más o menos los últimos años del siglo XX. Esas revistas tenían desnudos, claro, pero no tenían mucho más, e incluso a veces los desnudos se camuflaban con una supuesta fotografía "artística" que distorsionaba levemente los cuerpos gracias al uso de lentes especiales. Esa estética se denominaba "flou" y la practicaban el fotógrafo británico David Hamilton y muchos de sus imitadores. Todas las películas de la serie Emmanuelle intentaron seguir esa vía: un erotismo supuestamente sofisticado que resultara aceptable para cualquier persona sin prejuicios. Con muchas palmeras. Con muchas playas. Y con muchos sirvientes orientales.

Ahora, en cambio, se trata de una pornografía mucho más peligrosa que toda la que se ha visto desde la invención de la fotografía. No sólo se difunden películas propiamente pornográficas (y en esas películas la mujer recibe siempre un trato denigrante porque no es más que un saco de carne sin voluntad propia), sino también escenas reales de violaciones en grupo o bukakes en cadena como los que tienen lugar en los pubs de Magaluf. Y eso por no hablar de las películas que incluyen asesinatos y torturas y que también se pueden encontrar con relativa facilidad, sobre todo en esa versión encriptada de la red que se llama the deep net. Es decir, que ahora no sólo hay sexo a raudales, sino violaciones y agresividad y un trato brutal casi siempre reservado a las mujeres. En la pornografía digamos clásica el trato que recibían las mujeres jamás era bueno, pero no se solía llegar a los extremos de violencia y humillación a los que se llega ahora. Y lo peor de todo es que muchos de esos casos son escenas reales que los adolescentes interpretan como escenas "normales", o de algún modo deseables, o que en cualquier caso el grupo de amigos interioriza como una práctica que debería ser habitual, y por lo tanto aceptada por todos ellos (si es que quieren ser aceptados a su vez por el grupo). Los energúmenos de La Manada, me temo, seguían ese patrón de conducta.

Ningún joven nacido antes de 1985 vio jamás esas cosas cuando tenía quince años. Y por supuesto, ningún joven que naciera a comienzos del siglo XX tuvo ni la más remota idea de la existencia de esas prácticas sexuales. En esa época las películas pornográficas existían, claro que sí -el rey Alfonso XIII era un gran aficionado-, pero sólo podían verse en proyecciones privadas con el acceso restringido a nobles, financieros, grandes burgueses y gente bien relacionada. El pueblo, por supuesto, tenía que conformarse con las películas de Chaplin o del Gordo y el Flaco que se proyectaban en los cines normales, o a veces sobre una simple sábana que se colgaba en la fachada de las iglesias.

Hasta ahora, insisto, la pornografía podía ser vulgar, escatológica y humillante para las mujeres, pero también podía ser disparatada y divertida (como en las películas del gran Russ Meyer). La pornografía actual, en cambio, es mucho más agresiva y violenta (y digo violenta porque la mujer siempre está sometida a la caprichosa voluntad de los varones), y jamás se inclina hacia el humor o siquiera la ironía, aunque la pornografía feminista de Erika Lust procura ser muy respetuosa con las mujeres y ha introducido el afecto en las relaciones sexuales. En cualquier caso, esta nueva pornografía que se consume a mansalva ha diseminado la diabólica idea de que las escenas de sexo en grupo deben ser grabadas y difundidas lo antes posible. Y también ha contribuido a expandir la idea de que el sexo debe ser agresivo y violento y estar desprovisto de toda clase de afecto o incluso de intimidad. Más aún, esta pornografía acentúa el machismo de muchos adolescentes, o les desmonta las pocas explicaciones que habían recibido sobre la necesidad de aproximarse al sexo de forma respetuosa. Y lo peor de todo es que la mayoría de jóvenes están indefensos ante esta avalancha. Y nadie parece dispuesto a echarles un cable.

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