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Crónicas galantes

Un manifiesto por la galantería

Un centenar de señoras francesas, de prosa esbelta e ingrávida, acaban de publicar en Le Monde un manifiesto a favor de la galantería, lo que acaso sea noticia en estos tiempos de ligues rápidos de aquí te pillo y aquí te mato. Ay, aquellos tiempos de requiebros y flores en el ojal.

A contrapié de lo políticamente correcto, las abajo firmantes lamentan la ola de mojigatería que a su juicio nos invade desde que se destapó en Hollywood el caso de Harvey Weinstein. Y defienden, patrióticamente, algo tan francés como el flirteo, el cortejo y hasta el resbaladizo "derecho a importunar", que es asunto delicado y polémico donde los haya. Tal vez ahí se pasasen un poco.

El tal Weinstein, como ya sabrá el informado lector, es un productor de cine norteamericano al que más de ochenta actrices acusan de prevalerse de su posición para acosarlas sexualmente, toquetearlas o, directamente, violarlas. El caso de este sujeto, que jamás entraría en un servicio rotulado de caballeros, abrió la espita para que otras muchas víctimas denunciasen los abusos a los que fueron sometidas por los gerifaltes de esa industria. Hollywood pasó de fábrica de sueños a factoría de pesadillas sexuales.

La historia del productor que exige peaje de cama a las actrices en busca de papeles es un tema clásico recreado incluso en las películas. Todo el mundo parecía estar al cabo de la calle, pero nadie decía ni mu, por razones seguramente vinculadas al silencio impuesto por la jerarquía y el poder, cuando se pone abusón.

El efecto Weinstein -así llamado ya- levantó el velo que cubría estas canalladas y no tardó en extender su benéfica influencia a otros países y ramos de actividad no necesariamente cinematográfica. Políticos, empresarios y otras gentes de notoriedad con mando en plaza fueron denunciados en Canadá, en el Reino Unido, en Italia, en Francia y en casi toda la órbita de Occidente.

Lógicamente, el asunto prendió en las redes sociales, que se llenaron de páginas de denuncia bajo títulos como "Yo también" (fui acosada) o "Delata a tu cerdo". Decenas de miles de afectadas por los babosos de lengua gorda y/o mano larga dieron a conocer su caso particular en una oleada que las firmantes del manifiesto encabezadas por Catherine Deneuve entienden que está creando un clima de "puritanismo" tan poco deseable como el acoso.

Lo que las abajo firmantes de Le Monde cuestionan, al parecer, es la frontera -tan nebulosa- entre el galanteo y el baboseo.

Vidriosa cuestión, ciertamente. Quizá no por casualidad, el cortejo amoroso se basa en la "conquista" del corazón del amado o amada. Es un lenguaje vagamente bélico, del que se deduce que a la conquista ha de precederla un asedio previo que tanto puede resultar agradable para el ego del o la asediada como decididamente cargante.

Todo depende de la habilidad o torpeza de quien seduce; y, lamentablemente, no todos los aspirantes a conquistadores van a tener la labia y el verso de un Cyrano de Bergerac, al que nunca se le iba la mano.

Temerosas de que los daños colaterales del caso Weinstein se lleven por delante el coqueteo y las obsequiosidades propias del cortejo, puede que Deneuve y sus colegas hayan alumbrado, sin pretenderlo, un manifiesto a favor de la galantería. Pero igual no se les ha entendido bien el propósito.

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