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OBSERVATORIO

España paralizada

E spaña estancada es el título de un conocido libro de Carlos Sebastián. La tesis concierne a la economía y señala que la falta de eficiencia del sistema económico español no se debe a la debilidad del modelo educativo, sino a dos marcos estructurales atrasados: las instituciones que determinan nuestro aparato productivo y las infraestructuras que condicionan la vida económica, como el servicio eléctrico, el financiero y demás. La tesis resulta relevante por una consideración. El Gobierno de Mariano Rajoy ha confiado en el sistema económico. Sin embargo, los expertos nos recuerdan que está estancado. Así percibimos la gravedad de la situación: un gobierno paralizado que sólo confía en una economía estancada.

La tesis de Sebastián es limitada por su objetivismo. Estancados parecen los dispositivos automáticos. Paralizados están los sistemas activos, como los políticos. El ejemplo es Portugal. Su aparato productivo puede estar tan objetivamente estancado como el español. Pero el sistema político está vivo, no paralizado como el nuestro. Por supuesto que, en términos generales, Portugal es una nación decente, y no un pueblo desunido sobre el que se asienta un grupo de señores políticos sin norte. Pero al margen de esa base comunitaria, que no podemos sino envidiar y que le dota de virtudes como la serenidad y la cordialidad cívica, Portugal es un sistema político que ha sabido reunir un gobierno responsable en la hora decisiva, cuando ya estaban decididas la privatizaciones de la mayor parte de sus servicios públicos. La consecuencia es que las privatizaciones se han detenido, algunas han sido revertidas y ahora va en camino de reformarse la base de su economía energética. Mientras que España tiene en la actualidad el 17% de energías renovables, Portugal ya está en el 28%, adelantándose a los objetivos europeos.

Que España esté estancada viene determinado porque España está políticamente paralizada. El aspecto objetivo no funciona porque el elemento subjetivo está momificado. Si siguiéramos el viejo pensamiento marxista, podríamos asegurar que cuando alguien está en el poder pero está paralizado, sólo puede explicarse porque los intereses de sus representados están ya atendidos en esa situación inmóvil. Sin embargo, no nos creemos la vieja doctrina marxista, que hace del sistema político expresión del sistema económico. El Gobierno está paralizado pero los intereses que representa no están satisfechos con esa parálisis. Está paralizado por su falta de competencia, por su carencia de sentido histórico, por su uso de la demagogia de los hechos (la expresión es de Ignacio Fernández de Castro y la refirió para caracterizar la época del tardofranquismo), por su tropa de voceros comprados y por su estilo psíquico que incluye una mezcla de falta de coraje, cobardía y suprema aspiración a controlar el tiempo judicial, para escapar a toda imputación por prescripción de delitos (como se ha visto en el caso de Francisco Camps, quien, según las últimas declaraciones, era el vínculo que unía la caja negra de la taifa valentina con la del PP nacional).

Es por eso que los intereses que representa este Gobierno no están contentos con él. Si ese malestar ha cristalizado en las últimas elecciones catalanas es porque ahí se ha demostrado que lo que hasta el momento había comprado el mundo del Ibex 35 -que al menos Rajoy servía para contener el problema catalán- es falso. El resultado del PP catalán muestra con toda claridad que si alguien no tiene margen para resolver nada en este ámbito es el Gobierno de Rajoy, que gobierna ahora en Cataluña con una representación de apenas cuatro diputados en el Parlament. No, Rajoy no puede ofrecer compensaciones por su parálisis. Y si la semana pasada decíamos que el jaque mate a Carles Puigdemont es inminente, con la misma lógica podemos decir que Rajoy puede ganar esa partida, a condición de quedarse vivo pero solo. La diferencia es que las fuerzas independentistas pueden arreglar una supervivencia simbólica para el que consideran presidente de su proclamada república. Rajoy, sin embargo, no puede aspirar a esa condición escatológica ni a convertirse en la cabeza de ningún cuerpo místico.

Por supuesto, hay una afinidad electiva entre cuerpo místico y virtualidad. Por eso Puigdemont no necesita la espacialidad, esa dimensión terrena sin la que el Estado no tiene sentido, y se permite mantenerse anclado a esa corporeidad docetista o aparente que los gnósticos atribuyeron al Resucitado. Claro que ese expediente sólo funciona si se establece un vicario en esta tierra, y eso es lo que posiblemente haga el Parlament catalán en el momento oportuno. Como vemos, el catolicismo español todavía ofrecerá al nacionalismo catalán tardes de gloria. Pero esas complejas construcciones son demasiado refinadas para el alma de los capitanes del Ibex 35, que todavía se preguntan por qué extraño maleficio sus pares catalanes no se enrolan de una vez por todas en sus filas y se ponen tras los líderes que han decidido levantar y apoyar como futuro de España, Albert Rivera e Inés Arrimadas. Y esta es una grave anomalía que puede convertirse en una china en el zapato. Mientras no esté vencido el independentismo, se puede construir un sistema económico alternativo, con otra lógica, al otro lado del Ebro y en las condiciones de competitividad europea. Ese puede ser un vecino muy molesto. De ahí que se tiene que impedir por todos los medios que una Cataluña independiente sea un socio europeo.

Pero lo único que se le ofrece a cambio es parálisis, y por eso el independentismo no cederá. No puede aceptar que la opción sea someterse a la lógica propia de un sistema económico estancado. ¿Quién asumirá esta opción salvo que se vea obligado y coaccionado a ello? Esta es la raíz del movimiento independentista catalán, que no puede aceptar, salvo en un rapto suicida, que en Cataluña se forje una fuerza política hegemónica basada en apuestas ideológicas españolistas, sin relación profunda con los grandes intereses que estructuran la trama económica del país. Es por eso que esos intereses catalanes están en condiciones de aceptar el horizonte político de la CUP: todo va bien mientras se avance hacia el objetivo de la república, aunque se ceda la dirección del proceso a JxCat. Y este es el motivo central por el que los representados de Rajoy no están contentos con él. Rajoy no les asegura su control sobre todo el sistema económico español. En realidad, la única opción sería dinamizar el sistema general para permitir el dinamismo de todos. Pero eso no lo quiere nadie de las élites centrales.

Rajoy no puede hacer nada de lo que le piden. Pero mientras no lo haga, el sistema español, que no es competitivo en condiciones de fair play, necesita aumentar sus beneficios de la única manera posible: mediante las privatizaciones generalizadas de servicios públicos que ofrecen nuevos campos de negocio muy seguros, secuestrando a los ciudadanos españoles. Y eso, la falta de fuerza y de energía política, la carencia de autoridad para aprovechar los momentos en que la crisis comienza a repuntar para impulsar una completa privatización de todo lo privatizable en España, es el otro punto que hace inservible el gobierno popular a las élites españolas. Ya está viéndose en Madrid, donde una enmudecida Cristina Cifuentes, que inicialmente parecía ser una firme promesa para el PP, está desaparecida en combate, sitiada en territorio minado, esperando el momento. Y por eso los que mandan en España quieren aprovechar el capital político que Cs ha alcanzado en Cataluña para imponer al resto del país un gobierno dotado de energías privatizadoras. Esta ofensiva es la que Podemos debe detener. Pero para eso necesita recomponer fuerzas, recuperar la transversalidad y ofrecer un modelo nuevo y claro para España.

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