Fue el acontecimiento teatral del año. Una apoteosis; un éxito estruendoso y arrollador.

Era Electra el primer estreno galdosiano del siglo XX, tras cinco años alejado del teatro. Habían sido cinco años duros. Con España, Galdós había sufrido ?sufría? el desastre del 98; y en lo profesional había vivido ?intentaba superarlo? el pleito con su editor M. H. Cámara que le había supuesto episodios tormentosos. Fueron ambas, lecciones de las dejan huella, de las que exigieron del escritor el resurgir del lema antiguo y cincelado en su entraña: "¡Adelante, siempre adelante!".

Galdós calificó a Electra de obra "rigurosamente contemporánea" en la primera acotación. Así era. El argumento es bien sencillo: una joven huérfana de ascendencia poco clara, tras vivir unos primeros años con su madre y pasar por monjas ursulinas y distintos parientes, ha sido recogida por unos tíos ricos y piadosos. En el nuevo entorno, todos quieren 'salvar' a su manera a la marcada por el estigma del pecado. Especialmente quiere salvarla Pantoja, hombre tormentoso y atormentado, que ve en la reclusión en un convento el único modo de redención de la muchacha, a quien acosa psíquicamente y contra quien maquina una intriga malévola cuando ve que el amor la podría liberar de su dominio. Hasta aquí el asunto. Era un tema atractivo y hasta cándido en apariencias, pero rompedor, atrevido y comprometido por las circunstancias que lo rodeaban: un público sensibilizado que vivía el post 98 de las decepciones políticas, del desaliento, del panorama estremecido por la cuestión religiosa; y aparecido cuando el gobierno había aprobado una nueva Ley de Asociaciones muy discutida, y cuando la prensa aireaba casos públicos que ponían en cuestión el 'hasta dónde' del poder efectivo de la Iglesia y de las órdenes religiosas que la servían. Se atrevió con la obra Galdós. Se atrevieron la dirección del Teatro Español y los actores principales.

Cuando la tarde el 30 de enero de 1901 se celebró el estreno, la obra era ya 'la gran cuestión del día', pues periodistas, artistas, escritores y políticos habían acudido la víspera a un ensayo general, invitados mediante un besa la mano "personal e intransferible". La prensa del 30, pues, ardía en elogios o invectivas. Ese día toda la intelectualidad madrileña hablaba de Electra: en las redacciones de los periódicos, en las tertulias de los cafés, en el Ateneo de Madrid, en la universidad, en el obispado? Cuando el teatro abrió sus puertas, la expectación inusitada se hizo tumultuosa. La representación fue interrumpida varias veces por aplausos o pitos del público, por gritos extemporáneos de exaltación o de protesta, y por ruido de sillas en los palcos de donde se marchaban algunas señoras. Don Benito hubo de salir a saludar catorce veces. Al abandonar el teatro llegó a verse en los hombros de sus jóvenes seguidores; la protección que recibió de la escolta del general Weyler fue decisiva para garantizar una llegaba incólume a su casa.

Lo que, bien mirado, no era para tanto, acabó siendo un total desconcierto. Las circunstancias sacaron de quicio el asunto de la muchacha sencilla y sensible llamada Electra, que logró liberarse de las oscuridades y para quien el amor fue un impacto lumínico, como lo estaba siendo la electricidad en la etapa histórica de la escritura: un símbolo de los nuevos tiempos.

Electra fue un hito en la producción teatral galdosiana y aún en el total de su obra. Supuso una nueva vuelta de tuerca del siempre esperanzado y optimista autor hacia sus obsesiones temáticas y mentales; a sus raíces: el hombre de ciencia llamado a luchar contra la intransigencia y la hipocresía, contra el abuso de poder y el egoísmo; el amor como impulso para la renovación y la salvación; y el tesón y la voluntad individuales como motor y como esperanza. Se vio la obra como un ataque concreto a los jesuitas, sospechosos entonces de conductas interesadas hacia la clase adinerada a través de los jóvenes a quienes educaba, aunque nada en la obra lo explicita. Pero Electra nada tenía de inocente. En pleno apogeo de las representaciones y las discusiones, Galdós publicó en El Liberal un artículo titulado 'La España de hoy' en que se manifiesta con contundencia contra los jesuitas, y por extensión, contra otras comunidades religiosas instaladas en España, aunque cuidando de salvar de su ataque al clero secular y a la religión como principio: "No se pone en tela de juicio ningún principio religioso de las que son base nuestras creencias -explica-; lo que se litiga es el dominio social y el régimen de los pueblos".

Ninguna duda puede quedar sobre las convicciones y los propósitos que movieron la redacción de Electra, y que Galdós mismo explicitó en el Diario de Las Palmas: "En Electra puede decirse que he condensado la obra de toda mi vida, mi amor a la verdad, mi lucha constante contra la superstición y el fanatismo y la necesidad de que (?) pueda realizarse la transformación de una España nueva que, apoyada en la ciencia y en la justicia, pueda resistir las violencias de la fuerza bruta y las sugestiones insidiosas y malvadas sobre las conciencias".

La relación del asunto con la cuestión de la religiosidad galdosiana y su mal entendido 'anticlericalismo' es evidente. El comportamiento y las declaraciones privadas de don Benito han arrojado mucha luz sobre sus convicciones religiosas y sobre sus dudas; sobre sus ideas sobre el catolicismo como tal, sobre la religiosidad de los españoles. También han hablado de ello sus textos creativos, en los que el tema religioso es recurrente. Nunca fue Galdós un dogmático cerrado, pero sí un anti-neocatólico comprometido y combatiente. Se mostró más contundente en sus primeros años; luego, su formación, su talante liberal y su inquietud metafísica alimentada con el krausismo, incitaron en el novelista comprometido el problema de la Iglesia en la sociedad española y en el individuo que la sostiene. En el clímax del conflicto de Electra, Máximo, el científico protagonista, reitera confiado "Creo en Dios". Y se queja del orden social "que nos envuelve en una red de mentiras y de argucias; y en esa red pereceremos ahogados, sin defensa, alguna (?)".

Las Palmas de Gran Canaria no fue ajena al éxito Electra. A propósito del estreno madrileño se 1901, el Ayuntamiento en Pleno envió un telegrama de felicitación entusiasta al 'hijo esclarecido'. Y tres meses más tarde, la ciudad se convirtió en escenario del estreno local de la obra en el entonces Teatro Tirso de Molina, espléndidamente engalanado para la ocasión con retratos de Galdós y títulos de sus obras, y presidida la función por su hermano Ignacio Pérez Galdós, entonces Capitán General de Canarias. En 2001, se repuso Electra en el Pérez Galdós y se celebraron interesantes actividades paralelas.

Si "la Historia es maestra de la vida" -como reiteró Galdós siguiendo a los clásicos-, repensar Electra hoy permitirá comprobar cómo, en muy distintas circunstancias, hay valores y temas que no han perdido actualidad: así, la defensa de la sinceridad, de la verdad, de la claridad, la apuesta por el humanismo profundo. Y bien vigente se muestra el valor del gesto de Galdós, atreviéndose a tomar postura pública para defender sus convicciones en aquel convulso 1901. Fue una actitud honesta y valiente que pagaría con el Nóbel que nunca logró recibir.

Yolanda Arencibia. Cátedra Pérez Galdós