La vida te da sorpresas, como cantaba Rubén Blades, pero eso es sólo muy de vez en cuando, pues por lo general es bastante previsible.

Cuando tengo la cabeza completamente enjabonada bajo la ducha, suena mi móvil (como suele ocurrir), voy a cogerlo y no recuerdo dónde lo he puesto (como también suele ocurrir) y al dar con él, en búsqueda resbalosa por toda la casa a pique de romperme el cráneo, compruebo que la llamada es de Pitita (eso nunca falla).

-¿Te pillo en un mal momento?- pregunta Pitita desde su iPhone.

-No, qué va- respondo yo con los ojos escocidos por la espuma.

-Perdona, chica, es que estoy un poquito superpreocupada. Figúrate, resulta que Quique me engaña.

-¿Y quién es ella?

-¿Ella? (jajaja) cualquiera, ¿ qué más me da a estas alturas? Somos una pareja abierta y por eso nos soportamos todavía. No seas frívola, nena, me refiero a otro tipo de engaño... mucho más grave.

-¿Más grave? ¿Y qué puede ser más grave?

-Te vas a quedar de piedra como una estatua de sal. Pues bien Quique, mi Quique, se ha vuelto progre...

-Me dejas helada- respondo de cuerpo y ánimo- cuenta, cuenta...

-Ya sabes tú que últimamente le dio por escribir poesía y total, yo me dije, será el síndrome del prejubilado, ya sé le pasará... pero no, qué va, se lo está tomando demasiado en serio. Primero se conformaba con escribirla por internet, pero el otro día me dijo que iba a recitarla en público.

Yo me figuré que lo haría en un bonito palacete del centro, con su concejal de cultura, sus pertinentes autoridades y esas cosas. Cuál sería mi sorpresa, cuando me dijo que iba a recitar en un bar sin ningún protocolo, en plan de micrófono abierto.

-Pero, Quique -le dije- tú tienes ya tu prestigio ¿cómo vas a meterte en eso?

-Como dermatólogo, sí, pero como poeta todavía soy un novel, de modo que me corresponde estar con los debutantes, además...

-¿Además, qué?- pregunté en pleno estado de ansiedad.

-Que mi poesía tiene tintes sociales...

-¿Tintes sociales? Pero Quique ¿a tu edad, tintes sociales? ¿Quieres buscarnos la ruina?

Y nada dijo. Se puso una camiseta negra de los Ramones, sobre la que se calzó un viejo abrigo de tres cuartos y, de esa guisa, se proponía debutar, cuando le propuse acompañarlo.

-¿Y así vas a ir?- me dijo mirándome de arriba a abajo.

A ver, yo no le había dicho nada sobre sus pintas estrafalarias y, sin embargo, él me cuestionaba a mí, que iba la mar de sencillita; con mi trajecillo de Purificación García, el abrigo beige de Adolfo Domínguez y la pañoleta de Burberry.

Sin coger taxi ni nada, nos fuimos a pie a Lagunillas y allí nos plantamos en el bar La Polivalente, que es un sitio de veras acogedor con sus lucecitas blancas de Navidad y toda la pesca. Claro que me sentía yo un poquillo rara entre tantos jovencitos.

-Oye, Quique, ¿se puede saber qué hacemos aquí con todos estos pipiolos?

-Calla, mujer, voy a pedirle el turno a Matías.

-¿Que vas a pedirle el turno? ¿Cómo es eso? Hazte valer, hombre, di de qué familia vienes y que te pongan el primero. Faltaría más.

-Mira, Pitu, eso es lo último que haría; aquí soy uno más.

-¿Uno más? Mira, Quique, que para mí, que te has vuelto podemita, ay, qué disgusto, por Dios...

El recital de poesía comenzó y recitaron muchos muchachitos. Me dio bastante pena, la verdad, porque todos decían que estaban muy angustiados y deprimidos y no le encontraban sentido a la vida.

-Y eso ¿por qué, Quique? Cuando la juventud es el mayor tesoro, no me digas. Además, que de algunos me suenan las caras ¿no son amigos de nuestro Nachito? ¿Tú me dirás a qué viene estar uno tan mal cuando tiene tan buena familia?

-No entiendes nada de literatura, Pitita, es que no hablan ellos, sino su yo poético.

-¿Y el tuyo? ¿Cuándo te toca?

-Ya. No fastidies, Cuqui, que todos te están mirando.

Entonces recitó Quique, desde luego, divinamente, pero su yo poético era como muy rojo y hablaba de injusticias sociales, de políticos corruptos y en ese plan.

Ay, pobrecito, mi Quique, le ha dado la crisis de los cincuenta y se me ha echado a perder. Menos mal que luego llegaron los músicos y se acabaron con ellos las angustias existenciales y las zozobras sociales. Vino un señor, todo un señor, que cantaba sus propias letras y me gustó mucho. Se llamaba Pablo Tejada.

Me aprendí de memoria el estribillo; "Deja que me tire de cabeza a bucear entre tus piernas, como sólo lo hago yo, yo, yo, yooooo".

-Ay, Quique, ¿por qué no escribes cosas así? El erotismo es universal, no se significa, no trae problemas, tú me entiendes...

Y me entendía, pero no estaba por la labor, así que me fui a la barra y le pregunté a un chico muy majo, que se llamaba Daniel, si tenían karaoke.

-No, señora, no.

-¿Cómo señora? ¿Tan vieja me ves?

Mi idea era cantar Vuela amigo, vuela alto de Julio Iglesias, pero como no había karaoke, lo entoné a capela.

Al terminar, todos se quedaron muy desconcertados y sólo escuché el aplauso de Quique.

-Cuqui, cariño, estás como una cabra- me dijo luego- por eso te quiero tanto.

Y, en fin, ahora que es progre, entiendo a Quique menos que antes, pero le ha salido un puntito la mar de divertido.

Dicho esto, se acaba la conversación con Pitita. Como dirían The Platters, el jabón ciega mis ojos.