El vídeo de la noticia sólo tenía un plano y comenzaba con una chica entrando en un edificio. Luego aparecía el novio para recibirla con puñetazos y patadas hasta dejarla tirada en una esquina. Tras esto, la agarraba del pelo y la arrastraba escaleras arriba, con el cuerpo inerte boca abajo para terminar desapareciendo tras una esquina del portal. Parecía que tiraba de un muñeco. Caperucita miró el titular de la noticia: "Reducen de dos años a nueve meses la pena al joven que dio una paliza a su novia en el portal". Tras leer esto, cerró el portátil y se puso la chaqueta roja, metiéndole prisa a su madre. Salieron al trote de casa y fueron hasta la parada de guaguas. Se les había hecho tarde y no pudieron pillar la directa, así que se subieron en la otra, la que daba un rodeo por el bosque.

Se sentaron juntas y tras unos segundos comenzaron a charlar. Caperucita le contó lo de la noticia que acababa de ver y a su madre le cambió el gesto. Como si acabara de oler un calcetín de Paquirrín. Entonces una cosa llevó a la otra y empezaron a hablar del #metoo, esa campaña para visibilizar el acoso que sufrían las mujeres, y de que casi la totalidad de las amigas y conocidas del facebook de Caperucita se habían unido contando sus vivencias. "Entonces aparecieron los leñadores", le dijo para terminar. Pero su madre no entendía el concepto.

"El mundo está lleno de lobos y leñadores. Los lobos te pegan, te vigilan, te ordenan y te matan. Se comen tu cerebro y luego tu carne. Puedes sobrevivirles un tiempo, pero si sigues con ellos te llevas las dentelladas de vez en cuando y, en algún momento, te muerden y rasgan la yugular. Algunos piensan que son Loopy de Lup, el lobo bueno, y te dicen que no saben por qué se han comportado de esa manera, ni qué los llevó a darte una patada en el vientre. El chico de la noticia es un lobo demostrando su esencia. Hay lobos escondidos en el bosque, en los institutos, en los trabajos, en las iglesias. Muchos se esconden detrás de una familia. Hay, incluso, lobos que van en manada a las fiestas del pueblo y se comen a la misma presa. Luego sus familias dicen que son bellísimas personas. Los leñadores son otra cosa. Los leñadores no pegan, no matan, pero por alguna extraña razón se ofenden cuando alguna mujer dice que el mundo está lleno de lobos. Te dicen cosas como que ninguno de sus amigos leñadores ha acosado nunca a una mujer. También que proferir un piropo a una mujer en la calle no es acoso sino galantería. Y que también hay lobas. Y que si hay más hombres que mujeres en altos cargos es por una cuestión de méritos. Que ellos están en contra de la discriminación a la mujer pero que no soportan a las feministas, ya que éstas buscan la superioridad de la mujer. Hay incluso leñadores que llegan a presidente y te dicen que están a favor de la igualdad, pero que no van a meterse en esos líos de brechas salariales y demás boberías de perretas femeninas. Y partidos políticos llenos de leñadores, que dicen que son feministas pero que la huelga del 8 de marzo les huele mal. Esos son los leñadores, esos que sin saberlo dan un consuelo, aunque sea dialéctico, a los lobos."

Un chico con el fleco teñido de amarillo que estaba sentado detrás de ellas las interrumpió. - "Perdone, señorita, ¿está usted diciendo que todos los hombres somos lobos o leñadores?"-. Caperucita se giró un poco para responder "claro que no, mi niño, los que no entran en esas categorías son... feministas." Luego, al bajarse de la guagua, a la salida del bosque, la madre le preguntó a Caperucita si ése era un leñador. "Evidentemente" -le dijo su hija-.

Caminaron unos metros, pasando por delante de un cartel publicitario que anunciaba productos antiarrugas para la Bella Durmiente, y giraron hacia el parque San Telmo. Antes de llegar las adelantaron dos muchachas a paso ágil. Una de ellas tenía la piel color blanco quesito tierno y le contaba a la otra: "...y al final, tuve que ir a la cola del banco de alimentos, imagínate, yo sola para cuidar y dar de comer a los siete enanitos. No me da ni con la ayuda de mis padres...". "Al menos te ayudan -dijo la otra- yo estoy sola, limpiando portales. A veces llego a casa y me duelen tanto los pies que pienso que son de cristal".

Caperucita sabía a dónde se dirigían. Le metió prisa a su madre, que estaba flipando con el follón que se había formado con el corte de Primero de Mayo. Al fin llegaron al parque, que estaba lleno de capuchas, como la de Caperucita, de todos los colores. "Tu abuela estará al lado del kiosco, no ha vuelto a casa desde el otro día que salió a protestar por la indignante subida de las pensiones", y Caperucita siguió a su madre hasta el puesto. Allí estaba la abuelita, sentada en un banco, preparada para la revolución. "Abuelita, abuelita,"- le dijo Caperucita tras darle un beso en la mejilla - "¡qué dignidad tan grande tienes!". "Es para inspirarte mejor" -le respondió la señora-. Y entonces las tres sacaron sus carteles y pitos de sus mochilas y se unieron al mar de Caperucitas, madres y abuelitas que poblaban el mundo, y echaron a andar.

Y colorín, colorado, este cuento ha comenzado.