El lunes 26 de febrero nos reuníamos, en la Agrupación Socialista de Arucas 'Juan Doreste Casanova' (alcalde de la Ciudad por el Frente Popular desde el 16 de febrero de 1936 hasta el golpe de Estado), un buen grupo de militantes y profesionales del deporte para debatir sobre la futura ley canaria del deporte.

Pino Sosa estaba allí; nunca falta a nada de lo que organizamos desde el PSOE de Arucas. No podemos olvidar que fue la primera concejala socialista de nuestra ciudad.

Un minuto antes de comenzar el acto, Balbina, su prima, le trasladaba a Pino que había hablado con Pestano, profesor de genética forense, y éste le confirmaba la identificación de los restos de don José Sosa, su padre, entre los hallados en el Pozo de Tenoya.

En ese instante se cerraba el círculo del dolor, de la injusticia y del olvido impuesto. Allí, delante de la Agrupación Socialista con la que Sosa simpatizó allá por el año 34, único delito cometido por el padre de Pino.

Y Pino vio recompensa a tanta lucha, a tanto sufrimiento, tal vez demasiado, a la ausencia del padre, a que la llamaran "roja" con piedad mariana en el Colegio Sagrado Corazón, a ver a su madre mendigarle trabajo a aquellos que sellaban pozos con otros que pensaban diferente, a negarle el pan y la sal, como ella misma le dijera a Baltasar Garzón.

Y Pino encontró consuelo y calló a los que afirmaban que todo aquello era mentira, que aquello era leyenda, que su padre los había abandonado a la suerte de un acaudillado régimen.

Y Pino nos hizo entender que aquellos homenajes en el Pozo cada 19 de marzo, fecha en la que "se los llevaron", tenían todo el sentido del mundo y lo van a seguir teniendo hasta que los encontremos a todos.

Y nuestra Pino, una vez más, nos dio una lección de vida, de esas que solo pueden dar las personas sabias con una sola frase: "Mi lucha no acaba aquí". Jamás percibí en sus palabras ni un resquicio de rencor.

Se llevaron a su padre cuando ella tenía poco más de un mes de vida y, 81 años después, gracias a su tesón y empecinamiento y a saber conquistar con su testimonio a todas las instituciones habidas y por haber, recupera a su amado y, a la vez, desconocido padre.

Le robaron su infancia, su juventud, su identidad. Le robaron todo y nunca les deseó mal a los criminales que, aprovechando el contexto político, saldaron deudas a empujones.

Es difícil ponerse en su piel. Puedo imaginar la cantidad de sentimientos, alimentados durante toda una vida, que se agolparon a la vez en su cabeza.

Tranquilidad, angustia, aplomo, inquietud, alegría, tristeza, lágrimas saladas y lágrimas dulces. Jamás revanchismo. Siempre templanza.

Sentimientos encontrados y agridulces y, en este escenario agridulce, nos desayunamos el jueves con el veto del Partido Popular. El PP vetaba en el Congreso de los Diputados la reforma de la Ley de la Memoria Histórica que promovíamos los socialistas, un veto que hace aflorar el código genético de los populares y al que sumamos la negativa a la condena del franquismo y a la represión durante la dictadura.

Afortunadamente, cada vez somos más quienes sentimos el deber moral de dar descanso a los restos de los represaliados que aparecieron o están por aparecer en pozos, simas o cunetas, porque si el hallazgo del padre de Pino es un gran acontecimiento, más grande aún es la semilla que han sembrado las Asociaciones por la Memoria Histórica en Canarias. Porque como me dice Pino, "siempre están los que tienen que estar".