Corren malos tiempos para fuerzas políticas que no sean capaces de polarizar electorados o, lo que es lo mismo, para partidos y coaliciones instalados largamente en el ecosistema político y cuyo moderantismo les sirvió para alcanzar o mantenerse en el poder. Toda Europa se ve sacudida no por análisis rupturistas y propuestas flamantes de nuevos partidos, sino por emociones espoleadas por candidatos que actúan más como hooligans que como dirigentes políticos. Populismos conservadores, neoconservadores, parafascistas. La izquierda está perdiendo partida tras partida, indignada o estupefacta por una mayoría que no les vota. En España el derrumbe en las encuestas del Partido Popular no lo capitalizan ni socialdemócratas ni neocomunistas, sino una organización que se define como liberal progresista pero que cada vez más inequívocamente representa una derecha pasteurizada, fotogénica y limpia de caspa, Ciudadanos. Uno de sus rasgos más característico es su fiero antinacionalismo y una oferta explícita para abrir un proceso de moderada -por el momento- recentralización del Estado. Ciudadanos crece en las encuestas y el Gobierno conservador responde con ocurrencias estúpidas entre lo inútil y lo inverosímil, y no se les ocurre otra cosa que poner a Mariano Rajoy a recorrer a trote cochinero media España. Es increíble que sigan apostando por el señor Rajoy, ese velocista de la parálisis, como un talismán electoral, cuando a estas alturas es similar a la mancha negra en la tradición pirata: el anuncio de un fin inminente.

Todo el mundo sospecha que Ciudadanos también conseguirá mejorar sustancialmente sus resultados en Canarias y que incluso sin ninguna modificación de la normativa electoral entrará con fuerza en el Parlamento regional. Como en el resto de las comunidades autonómicas Canarias parece abocada a una fragmentación de su mapa político-electoral y a gobiernos que deberán sostenerse, muy probablemente, sobre los acuerdos de tres fuerzas políticas. Ese hipotético escenario no resulta demasiado halagüeño para los nacionalistas, porque sobre el eje izquierda/derecha sus únicas opciones pasarían por pactar con el PP y alguna fuerza residual, mientras que el PSOE, Podemos y NC podrían remedar sus pactos en el Cabildo de Gran Canaria y el Ayuntamiento de Las Palmas en esta legislatura. En esta división es extraordinariamente difícil aventurar cuál sería la posición de Ciudadanos y de su nada improbable grupo parlamentario: nacionalistas los habría en una y otra opción de gobierno. No es de extrañar, por tanto, que entre coalicioneros y neocanarios haya empezado a circular de nuevo una tímida llamada a la reflexión sobre la conveniencia -más existencial que coyuntural- de llegar a un acuerdo electoral para mayo de 2019. Un acuerdo que incluiría un candidato grancanario para la candidatura presidencial y que asegurase a ambos socios convertirse en primera fuerza parlamentaria en votos y escaños. Tal vez no sea una estrategia simplemente conveniente, sino la única manera de no quedar reducidas a dos fuerzas minoritarias sin posibilidades de desarrollar un programa nacionalista y abocadas a renunciar a amplias mayorías sociales y electorales.