La estupidez es prima hermana de la torpeza. Conozco estúpidos y torpes que viven en el mismo cuerpo pero hasta en ese ranking de imbéciles hay niveles. Los de matrícula de honor y los de aprobado raso. Meteré en ese bombo a dos torpes, funcionaria y arquitecto que no se conocen pero de alguna manera han llevado vidas paralelas. Cuando cada uno se quedó solo y tuvo que caminar sin muletas, cosa que cada cual hizo con la torpeza que les caracteriza, pero en primera línea de playa, es decir, culpando al mundo de la caída en desgracia, fueron fieles a sí mismos. Es decir, verbalizando la seguridad de que los torpes, estúpidos, suficientes, malhumorados o malcriados eran otros, no ellos. Con el tiempo se han superado en la estupidez apartando de su lado hasta a quienes les quisieron, una buena legión, por cierto. Atrás quedó la brillantez de ambos, cada uno en su profesión. A él, que transitó terrenos peligrosos en una exhibición falsaria de rey de la pista, mil veces le acogieron amigos cuando despuntaba el día, y no sabía ni dónde vivía. Esos estuvieron cerca hasta el agotamiento compartiendo éxitos y fracasos, cada vez más lo segundo que lo primero.

Sus incondicionales fueron descubriendo en cada uno que su amargura tenía mucho que ver con la soledad, la cercanía del fracaso personal, o el infierno interno, ese que abrasa. Nada queda ya de aquel hombre deportista y divertido que fue. Lo de ella es para nota. Habla tanto y de tantos que ya no tiene ni con quién hablar, ni a quién recurrir, ni se abren puertas que se abrían. La torpeza y la estupidez, malcriada y grosera, la retratan con precisión. Con los años se le ha dibujado un rictus de quien tiene la cabeza metida en un retrete. En realidad su vida habita en la vasija. Lo chungo es que solo ellos son culpables de su deriva, de su incapacidad para remontar, para reconocer logros ajenos. Cada uno por su cuenta se acostumbró al éxito, a maltratar compañeros hasta maltratarse a sí mismos. La envidia y la frustración siempre les impidieron valorar logros ajenos. Enfermos de yoísmo. Cuando alguien piensa en ellos para un proyecto siempre hay otro alguien que los rechaza. No los quieren. Son tóxicos. Han sido unos linces para hacer picadillo sus vidas habiendo sido lo que han sido. Se veía venir.

Bueno, lo vimos todos menos ellos. Y ahí están, en la cuneta, mendigado un saludo.