"No es poca ciencia aprender a soportar las tonterías de los ignorantes".

Demófilo

El "fenómeno" del grafiti forma parte de nuestra memoria histórica. En los últimos años se ha ido asumiendo que esta forma de expresión de la cultura popular, más o menos espontánea, forma parte de nuestro patrimonio. No en vano, se han planteado proyectos para la conservación de esta forma patrimonial, como es el caso del East Side Gallery del Muro de Berlín. También se organizan exposiciones, seminarios, congresos, actividades y jornadas que fomentan su producción y estudio, reconociendo su valor artístico y cultural, como el festival Poliniza que organiza la propia Universidad Politécnica de Valencia. Asimismo, existen numerosas publicaciones de estudios y proyectos de investigación centrados en inscripciones arqueológicas de todas las épocas en distintos marcos geográficos. Estas investigaciones se centran tanto en el estudio iconográfico, como en su contenido iconológico, indagan sobre la naturaleza fisicoquímica de los elementos constituyentes de dichas inscripciones, atienden a cuestiones de tipo conservativo e incluso plantean intervenciones restaurativas. Podemos encontrar publicaciones sobre grafitis prehistóricos, de la antigüedad grecolatina, medievales, modernos o contemporáneos.

En los últimos años, el grafiti también ha proliferado como parte de acciones vandálicas contra el patrimonio cultural, a escala mundial, al alterarse, con consecuencias nefastas, realizaciones culturales previas. Si bien en la actualidad no hay una definición tajante respecto a lo que es Arte Urbano, Street Art, grafiti y Arte Público, sí que existe una clara definición para el grafiti vandálico: se refiere a aquellas pintadas o grabados que dañan al patrimonio cultural. Las acciones vandálicas pueden estar relacionadas con manifestaciones de protesta, marchas, eventos públicos, etc., y generalmente están realizadas sin ninguna intención artística. A pesar de ser manifestaciones anónimas, estos grafitos tienen un impulso autobiográfico y su razón es la autoafirmación del yo. Paradójicamente, a través de estos grafitis vandálicos también podemos obtener datos en el ámbito de la psicología, etnografía, cultura y sociología que no pueden ser obtenidos de otro modo.

Son múltiples los casos en los que las pintadas han afectado, intencionadamente, a bienes patrimoniales protegidos por la ley: pintadas en muros incas en Cuzco (Perú), en 2004; pintadas en los paneles rupestres del parque arqueológico Piedras de Chivo Negro, en Bogotá (Colombia), en 2015; pintadas en los edificios históricos de Morelia (México) desde hace décadas; pintadas en los muros de la Naveta des Tudons (Menorca), en 2018, y un largo etcétera. En el ámbito canario, también son múltiples los ejemplos. Entre otras, están: las pintadas en el yacimiento rupestre de Barranco del Muerto, Añaza (Tenerife), en el año 2008; las pintadas en un yacimiento paleontológico de Haría (Lanzarote), en 2018, o las más recientes realizadas en el yacimiento rupestre de Montaña de Jaifa, en Puerto del Rosario (Fuerteventura), hace escasos días.

Esta afección de los paisajes culturales también comparte una respuesta globalizada a escala mundial: repulsa por parte de la Administración pública competente, enfado en las redes sociales, entrada en vigor de medidas cautelares y/o revisión de las ya existentes, organización de talleres y jornadas de concienciación, etc.

El acto vandálico perpetrado hace escasos días en Montaña de Jaifa, con la pintada de la bandera española sobre un panel rupestre de época indígena, pone de manifiesto, una vez más, la práctica irresponsable del grafiti y la apropiación indebida y anónima del patrimonio cultural canario que, huelga decir, es un bien social, pertenece a la comunidad. Los paisajes culturales son esencialmente construcciones multidimensionales, resultado de la interacción de estructuras históricamente determinadas con las personas que actualmente los intervienen y habitan.

Pero el acto vandálico de Montaña de Jaifa también pone de manifiesto otra realidad: la pintada de la bandera española sobre un panel rupestre acontece en un territorio como el canario, secularmente dividido, además de por el océano, por el nacionalismo, el independentismo y la consideración del Archipiélago como nación, frente al Estado español. El grafiti, a priori, podría tener, por tanto, una clara intencionalidad política: la anulación de la identidad indígena y, por consiguiente, de una seña de identidad nacionalista. Esta rea-lidad, unida a la también secular problemática en torno al separatismo catalán, de actualidad en estos últimos meses, quizás permita entender el importante eco que la noticia de Jaifa ha tenido en prensa y en redes sociales.

En este sentido, otros actos vandálicos acaecidos en Canarias, en otro contexto político menos "caldeado" y con grafitis apolíticos, han pasado desapercibidos para los medios de comunicación, para la opinión pública y para la propia Administración competente. Cabe destacar, en este sentido, el expolio del yacimiento rupestre de Aripe (Guía de Isora) en el año 2001, con la pérdida de varios paneles. Hoy en día, este enclave señero de Tenerife sigue desprotegido.

Patrimonio cultural y esencias patrias parecieran ser el trasfondo del acto vandálico en Jaifa, cuando lo cierto es que, paradójicamente, según la información que se ha ido filtrando por algunas fuentes, todo apunta a que a "alguien" del lugar le molestaba que la gente subiera, reiteradamente, a ver los grabados? y encargó la pintada.

En este territorio de volcanes y salitre, en esta sociedad atlántica y mestiza, la incultura también ha terminado por apropiarse de determinadas "iconografías patrias", y peor aún, de un patrimonio que debería estar protegido por la Administración competente, para su disfrute por parte de la comunidad.