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OBSERVATORIO

Envejecimiento no es dependencia

Es cierto que el envejecimiento ocasiona un sinfín de problemas sociales, sanitarios y económicos, pero si hablamos de envejecimiento de la población debemos, inicialmente, dejar claro que este concepto engloba dos aspectos complementarios: el incremento de la esperanza de vida, por un lado, y un descenso generalizado de la fertilidad y natalidad, que hace que sea mucho más alto el porcentaje de personas mayores de 75 años de lo que lo es el de menores de 16, por otro. Son dos procesos que inducen una sola problemática, pero que deben ser tratados y contemplados de forma separada.

En España tenemos una de las poblaciones más longevas de Europa y del mundo. Si nos centramos exclusivamente en el envejecimiento, esto es una muy buena noticia. Y es algo que debe ser resaltado y que, en muchas ocasiones, al asociarse con otros hechos sobre los que influye pero que en nada tienen que ver, parece que se difumina y se olvida. Centrémonos, por tanto, en este hecho irrefutable que es nuestra alta esperanza de vida, en el gran número de personas mayores de 75 años (no de 65, porque hace ya tiempo que los científicos hemos llegado a la conclusión de que las características que acompañan al envejecimiento se han retrasado una década) que nos reclaman vivir esos años con alta calidad de vida. Es con este objetivo siempre presente con el que trabajamos la mayor parte de los investigadores dedicados al estudio del envejecimiento. Porque la vejez perdería una parte importante de su leyenda negra si no nos la imaginásemos demasiado habitualmente como una situación en la que la persona ha perdido tantas capacidades que le resulta imposible continuar con su vida diaria de forma satisfactoria.

Esas características negativas realmente definen la dependencia asociada a la edad, no el envejecimiento en sí. ¿Son acaso ambos conceptos equivalentes? Evidentemente no y esperamos que cada vez menos. Es como si asimilásemos la edad fértil con la tenencia de hijos o la infancia con las tiritas en la rodilla. Hay un alto porcentaje de población en la que ambos hechos coexisten, pero no es algo inexorablemente asociado. Desde que en 1998 James Fries desarrolló la hipótesis de la Compresión de la Morbilidad, sabemos que la dependencia no es un suceso inexorablemente asociado a la edad, sino que deberíamos poder retrasar su aparición hasta relegarla a los últimos momentos de la vida e, incluso, convertirla en algo esporádico.

Con esta intención, la búsqueda de marcadores que nos pudiesen informar, precozmente, de cuáles son las personas mayores que se encuentran en riesgo de dependencia se ha convertido, ya desde hace años, en uno de los principales objetivos de la investigación mundial en envejecimiento. Y esto llevó al desarrollo del término de fragilidad. Es éste un concepto específicamente circunscrito al envejecimiento, que define aquella situación en la que la pérdida de reservas biológicas y de capacidad de respuesta al estrés confiere al individuo una especial situación de riesgo, que provocaría que pequeñas agresiones indujesen su entrada en dependencia. Es esencial, por tanto, poder determinar qué personas son frágiles dentro de la población mayor de 75 años. Es un hecho, reiteradamente constatado en geriatría, que dos personas aparentemente sanas e independientes responden de forma completamente distinta a situaciones aparentemente de escaso riesgo, como puede ser una operación de fractura de cadera, dando como resultado que, después de la operación, una se recupere perfectamente, mientras que la otra quede con secuelas que disminuyan muy significativamente su calidad de vida. Una era, por tanto, frágil y la otra no. Al no disponer de marcadores específicos del síndrome de fragilidad, sólo puede ser detectado posteriormente, cuando ya el suceso adverso ha sobrevenido. Pero, ¿dónde buscar esos marcadores?

Los distintos grupos de investigación que trabajamos en este tema buscamos desde el campo social, clínico, celular y molecular qué alteraciones pueden presentar esas personas que nos permita descubrirlas a tiempo. En el grupo de investigación que yo coordino desde hace más de ocho años estudiamos las personas envejecidas ante muy diversas situaciones, independientes, dependientes, sanas y enfermas, en la búsqueda de estos deseados indicadores. Y si bien es cierto que aún es muy pronto para poder comunicar que dichos marcadores han sido descubiertos, también lo es que se ha avanzado mucho en el conocimiento de qué supuestos nos alejan de la fragilidad y, por el contrario, qué situaciones comprometen nuestras reservas biológicas. Y es a ello a lo que me quiero referir para acabar y poder así justificar mi idea inicial de que ser una población tan longeva es una buena noticia.

Lo más importante a la hora de plantearnos cómo queremos que sea nuestra vejez es el tener claro que para cosechar es necesario sembrar. Que si bien nunca es tarde, el alcanzar un envejecimiento saludable es mucho más factible si lo empezamos a planificar desde la etapa adulta y desde ella comenzamos a poner en práctica las pautas necesarias. ¿Cuáles son esas pautas? Son pocas pero muy eficientes.

Primero: una actividad física mantenida. No es necesario ni un gran ejercicio, ni un entrenamiento desmedido, ni grandes capacidades. Aquel deporte que nos guste, aquella actividad física que podamos compaginar con nuestro trabajo diario y que, a medida que el tiempo pase y nuestras obligaciones disminuyan, podamos ir incrementando y diversificando, manteniendo siempre un esfuerzo submáximo, ya que el agotamiento no es nunca deseable.

Segundo: una alimentación equilibrada. No son aconsejables las dietas de adelgazamiento a edades avanzadas y es muy importante cuidar la alimentación de las personas ancianas tanto como se cuida la alimentación de los más pequeños. No es cierto que las personas mayores ya no necesiten nada sino todo lo contrario, deben mantener interés por la comida y por llevar una alimentación sana.

Y tercero y, desde mi punto de vista, lo más importante: divertirse. Debemos considerar la vejez como una etapa de la vida que nos permite llevar a cabo aquellas cosas para las que nunca tuvimos tiempo, ser activos, relacionarnos y disfrutar de la compañía de los demás. La soledad es una causa irrefutable de fragilidad. Debemos planificar a qué queremos dedicar nuestro tiempo libre cuando envejezcamos y realmente esforzarnos en conseguirlo.

Con ello, con todo ello, y mientras los científicos continuamos buscando marcadores específicos, seremos capaces de alcanzar una vejez saludable en la que la dependencia se aleje cada vez más de nuestro horizonte.

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