Hay un espacio que regurgita odio a raudales, siempre envalentonado con quienes representan la progresía, adoctrinando a diestro y siniestro y sometiendo a la verdad al enrevesado dictado de la corrección política. Tres personajes en escena y una idea en la mollera: acabar con la libertad de expresión, aunque sea de la forma más sibilina posible, empleando la misma libertad que juran defender. A un lado, Sandra Sabatés, la sílfide proveniente del dolor de España, la Cataluña convulsa que apenas asoma en los tebeos de El Jueves, representa el alma de los cándidos, la Reina Blanca del Cuento sin cuento que es el Intermedio, vademécum de izquierdosos e inmenso solaz de hipócritas frustrados por no pisar la moqueta del poder. A su vera, cual eccehomo de la modernidad, vulgar hasta en los pensamientos y ridículo en el manejo de la mofa ajena, porque, en la suya, en la de su propia persona, ya se basta a sí mismo, está el ínclito, el doctor Wyoming, analfabeto de la izquierda más a la derecha, la que lucha contra la corrupción aun sin saber que vive y hoza en ella. Es nuestro particular médico de familia, el que atesora birrete y título universitario, uno que le capacita para la cura del cuerpo, aunque su alma esté en perfecta podredumbre, repartida entre tantos locales y pisos que ni se acuerda del número o, tal vez, quién sabe, no quiera el recuerdo por aquello de que la mentira es el vicio oculto de la izquierda de ahora y de siempre. Cada noche, a la misma hora, administra la píldora del sectarismo entre los españoles. Con todo, un tercer cabalino, como el Pegasus del mito, se presenta ante la audiencia, Mateo le llaman, si bien de santo no tiene ni esto y, desde un recuadro, su peculiar hornacina, apostrofa sobre los males de la religión, la política y el librepensamiento, no vaya a ser que la doctrina se les indigeste a los espectadores. Tanto el Bufón como Dani Pulgarcito dejan de continuo migajas de la inteligencia que en algún momento indeterminado disfrutaron por los titulares del programa estrella de La Sexta con la esperanza del resurgimiento de la izquierda nacional. ¡Ay, pena de hombres! Insiste el doctor en mostrarnos el camino más allá de la pantalla y se atreve con la edición de libros de vida y dolor. Por favor, deje semejante propósito o habremos de aplicarle otra receta, tanto más oportuna en su caso, la del doctor Wilde: "Quien escoja en el caos de nuestros modernos programas los cien peores libros y publique la lista de ellos, hará un verdadero y eterno favor a las generaciones futuras". Como los galenos de antiguo, sólo me cabe la recomendación, por cuanto el respeto y atención a la dieta dependen, en última instancia, del Bufón y de su triste y pequeña corte.