Miguel Ángel Ramírez se sentó ante los periodistas en la sede de la Unión Deportiva Las Palmas -a ver si todos se enteran de que el equipo es suyo y no de los aficionados que perdonan todo cuando se gana y no deducen nada cuando se pierde- para contar que, por supuesto, todo era una conspiración. Un mínimo de decoro debería llevarlo a separar los problemas judiciales derivados de su peculiar gestión empresarial de la sociedad deportiva de la que es socio mayoritario, pero no: de nuevo la Unión Deportiva se usa como trinchera abanderada. La explicación de Ramírez es simple, contundente: quieren acabar con él la Fiscalía, las empresas competidoras del sector, los infamantes sindicatos. Lo mejor de la mañana fue su explicación de no responder a la última citación judicial: porque la remitieron a Seguridad Integral Canaria y él, desde el año 2011, nada tiene que ver con la empresa Seguridad Integral Canaria. Que yo sepa ninguno de los periodistas presentes en la rueda de prensa se rio. Se refirió con nombre y apellidos a los jueces. Es muy sintomático. La gente normal y corriente -sean testigos o investigados- no suele mencionar a los magistrados y fiscales que instruyen diligencias previas, investigan una denuncia o abren un proceso. Los que mencionen por sus nombres y apellidos a los jueces y fiscales son aquellos con voluntad de tutear desde su poder a otros poderes. Incluso los que llevan toga. Están acostumbrados. En su comparecencia mandó algún que otro regalito de cómo podían complicarse las cosas para los enemigos, pero también para estimados amigos e incluso para algún mediopensionista todavía hoy provechosamente pensionado.

Una de las especies que más circulan en mentideros de dos islas es la supuesta afición del señor Ramírez a grabar encuentros con periodistas en su distinguido Versalles sobaquero. Conozco a uno que incluso me dijo guasonamente que había visitado el despacho de Ramírez con un inhibidor telefónico en el bolsillo de la chaqueta para que su voz no pudiera ser grabada. De todas formas los periodistas entran y salen de ese despacho que es un primor, al igual que algunos expolíticos que tuvieron en el pasado entre altas y altísimas responsabilidades públicas. Todos lo sabemos y no es algo que ocurría hace diez años, sino hasta anteayer mismo. El señor Ramírez no se agota en el señor Ramírez. No es -si me permite la expresión- un individuo, sino un espacio antropológico. No representa -únicamente- una forma de entender la empresa como un imperio expansivo basado en contratos basura, salarios mínimos y triquiñuelas contables, sino una metáfora construida entre todos y en que todos se perdían como en un feliz, suave, interminable laberinto de información, pasta, favores, compraventas, fichajes, chanchullos, chismes, chantajes, agradecimientos contantes y sonantes. En la rueda de prensa el señor Ramírez no era un gran empresario, sino un gran ovillo, un ovillo capaz de alargar la mano y comenzar a tirar de sí mismo.