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Iniesta y Pentesilea

Supongo que el número de madridistas que vieron la rúa de celebración del doblete del Barça (beIN Sports, Teledeporte) es similar al de catedráticos de ética que pueden resistir una reunión de antiguos presidentes de la Comunidad de Madrid sin echar la pota o el de poetas que pueden participar en un congreso de letristas de canciones de Eurovisión sin que les estalle el cerebro. Entre uno y ninguno. La rúa culé es un espectáculo con un público tan específico que encontrar a un espectador que decide pasar la tarde viendo a un grupo de futbolistas con sombreros raros subidos a un autobús que parece pintado por Paco Clavel mientras miles de personas gritan y hacen fotos sin que ese espectador sea más culé que el himno del Barça es una aventura tan imposible, o más, que la de buscar un galés al que no le guste el rugby o un mexicano que reniegue del picante. Y, sin embargo, el domingo juegan el Barça y el Madrid en el Camp Nou y la audiencia será un revoltijo de culés, madridistas, futboleros en general, catedráticos de ética, poetas, galeses, mexicanos y ciudadanos que saben que el lunes, a la hora del café, se hablará del Barça y del Madrid. Además, este Barça-Madrid es muy especial porque será el último de Iniesta. Y el poder de Iniesta es incluso mayor que el del fútbol. Iniesta es tan grande que incluso puede convertirse en Pentesilea.

Pentesilea fue una reina amazona que se enfrentó a Aquiles en Troya, y el gran héroe griego la mató atravesándole el pecho con su lanza. En el último momento, cuando Pentesilea estaba a punto de morir, Aquiles y Pentesilea se enamoraron. En el último partido de Iniesta con el Barça, puede que a algún madridista le ocurra como a Aquiles y quede conmovido por su palidez y, en el último segundo, surja el amor entre el madridista y el culé. Incluso es posible que Iniesta, como Pentesilea, mire a los ojos del Madrid y, con su último aliento, se enamore también de un equipo sin el que la guerra de Troya futbolística sólo sería un partidillo de solteros contra casados. No sería un mal fin. Pero sería un mejor principio: el principio de que, en fútbol, las lanzas y el amor pueden ser compatibles.

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