ETA es un problema de normalización política. Su desaparición es lo que falta para normalizar este país. Más adelante, claro, habrá más problemas, y también tendrán como origen los nacionalismos, estoy seguro. Los nacionalismos, sabes, nunca descansan. Felipe siempre lo explicaba en los Consejos de Ministros. Tú te sientas a negociar con el nacionalismo vasco o catalán, con el PNV o CiU, y te dicen: no discutamos. Quiero una tercera parte del chorizo. Te lo piensas un rato, se producen fricciones, tiranteces, negativas, ruegos y bueno, cedes. Entonces el nacionalista te dice: vale, ese acuerdo es sagrado y lo respetaré estrictamente, pero ahora vamos a discutir sobre el resto del chorizo (risas). Y yo no creo que esto vaya a parar, aunque debería parar. Por eso creo que es importante, más importante y urgente cada vez, acabar con ETA. Y a ETA se la lamina con la policía, las leyes y el Estado de Derecho. Pero a la vez hay que desarrollar cauces de diálogo con el mundo independentista. Por eso he participado en reuniones de Elkarri. Porque aunque ETA se disuelva va a dejar herederos políticos. No hay otra manera de curar heridas y consolidar modelos de convivencia que hablando. Hay que hablar. Debemos hablar. Cuando en el futuro se tenga que cerrar definitivamente la estructura político-administrativas de este país, la distribución de competencias, la financiación de las autonomías, todo eso, es indispensable que se haga sobre una cultura de diálogo y acuerdo. Cuando llegue ese momento no puede existir ETA. Lo primero, y es más que suficiente, porque no es tolerable el asesinato como instrumento político en la Europa de finales del siglo XIX. ¿Sabes que el primer asesinado de ETA no fue un policía, sino un niña de 22 meses que murió por una bomba en una estación de tren? Así empezó ETA. El asesinato, el odio, la amenaza, la insidia, son patologías que destruyen una sociedad. ETA será derrotada cuando llegue el momento de una España plenamente federalizada o lo que sea, el terrorismo, la violencia, la mitificación de la delincuencia revolucionaria, la separación entre familias, compañeros y amigos debe estar superada. Porque si no el futuro, de veras, será muy negro. ¿Que si me entienden en mi partido? Bueno, no estoy seguro que me hayan entendido demasiado en mi partido. En Cataluña les parezco demasiado lejano y en Madrid demasiado catalán y, no sé, quizás por eso me gusta tanto Donosti. Porque en Donosti no me siento ni catalán, ni madrileño, si es que alguien puede sentirse madrileño, eh, simplemente me siento un amigo. Me lo paso cojonudamente ahí. Quiero ese país. Siempre volveré a Donosti como siempre vuelvo a Barcelona. ¿Cómo? ¿Se te acabó el whisky? Espera, espera".

Ernest Lluch se levantó entonces y fue a la barra. Le escuché hablar con el camarero sobre los últimos fichajes de su equipo, el Barcelona, una religión laica. Se reía. Pensé: qué gran tipo. Lo mataron. Pero han perdido.