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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Un periodismo remoto

Tom Wolfe no podría sobrevivir hoy día en la redacción de un periódico: primero, porque la grabadora se ha hecho tan universal que está incorporada al móvil, y segundo, porque acabaría inmerso en una crisis por culpa del cortoplacismo y la econometría en la que nos movemos ahora los periodistas. Muerto este gurú del llamado Nuevo Periodismo, lo mejor es referirse a lo suyo como algo remoto -solo nos quedan las dosis de Gay Talese- que difícilmente volverá, aunque no han faltado voces reclamando un revival frente al repiqueteo hipnotizante y mimético de los digitales. Wolfe, Mailer, Capote, el mismo Galese y otros se orinaron en los años 60 sobre la presuntuosa objetividad del periodismo norteamericano para darle un impulso a la subjetividad y construir un relato más voluptuoso, más literario, de los hechos y del personaje. Aunque esté mal decirlo en la hora del óbito de Wolfe, antes que su novela La hoguera de las vanidades estuvo A sangre fría, de Capote, ejemplo dramático y también paradigma del estilo y la estructura de lo que se llamaría Nuevo Periodismo. Y cabe también aquí la entrevista que Talese nunca le hizo a Sinatra, pero que es un perfil de La voz sumergido en una potente gripe. Pero Wolfe, con sus trajes blancos y su puesta en escena dandi, venía a ser el príncipe, el periodista que en esta época de recolocación no querría ningún administrador: de reportaje imprevisible tras unas facturas monumentales. Hace poco Talese confesó que él y Wolfe se encontraron en la calle el día después del asesinato de JFK, el primero por el New York Times y el segundo por el Herald Tribune. Ninguno de los dos escribió: no pasaba nada, fueron de cabo a rabo y nadie lloraba en la calle. ¿Para qué hacer un texto? Mandaron a hacer puñetas a sus respectivos directores. Así era en la época en que el Nuevo Periodismo y sus periodistas tenían a los lectores lamiendo sus zapatos.

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