El anuncio de que los nacionalistas canarios han arrancado al PP el 75 por ciento de bonificación para los billetes Península-Canarias (ida y vuelta) constituye una noticia trascendental para la limpieza de chakras de los canarios, más allá de que dicha medida suponga para el consumidor un módico estipendio en la cuantía del billete, unos 30 euros precio final, según agentes del gremio. Y me refería a la influencia en las mentes de la novedad presupuestaria porque a los isleños, de vez en vez, nos conviene abandonar el terruño para no creernos, en nuestros habituales ataques narcisistas, el centro del mundo. Husmear, olfatear, curiosear y cotillear en lugares ajenos resulta la medicina más apropiada para confrontar: es verdad que estamos entre los primeros en clima benigno (hasta que el cambio climático no diga lo contrario), pero no es menos cierto que andamos atados a carencias educativas o de mera supervivencia familiar. Socializar el viaje hasta el punto descrito viene a ser un añadido más a la estructuración sociocultural de los canarios, no tan aislados como a principios del siglo XX pero aún con limitaciones dinerarias a la hora de hacer un viaje para conocer otra geografía y otras gentes, o simplemente para estudiar fuera, ver a un familiar o ir a una consulta médica. En el terreno de lo ideal lo suyo hubiese sido que el PP fuese consciente de la ultraperificidad vivencial de los canarios, siempre necesitados de una salida más allá de sus fronteras. Pero para que el centralismo digiera esta experiencia insular es de rigor vivir aquí por un tiempo para reconocer el síntoma que padecieron Quesada y Millares, y diagnosticó Unamuno. Tiene mérito, aunque sea por la vía del 176 de Quevedo, que la bonificación haya sido arrancada a los que ven el Archipiélago como un terruño diferente en el país, pero carecen de argumentos para explicar qué nos hace distintos a los demás.
