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el análisis

El discurso del necio

En el reciente debate de investidura del presidente de la Generalitat el líder socialista, Miquel Iceta, le recomendó al candidato que, de cometer errores, que sean nuevos y no reproducción de los ya vividos. Pero la creatividad de los independentistas no tiene límite y la novedad del discurso de Quim Torra fue convertir los errores en episodios tristes y dolorosos de un proceso que, de perseverar en ellos, conducirán a la victoria final. No hay errores, sólo fracasos temporales por no insistir en ellos con mayor ahínco.

El aprendiz de Puigdemont pronunció un discurso mesiánico, repasando el martirio infligido por la enemiga España y prometiendo el goce final de una república catalana grande y libre. Tantos meses construyendo en Cataluña una realidad virtual apoyada en las redes sociales y medios de comunicación afines, que los hechos sólo tienen sentido interpretados en esa clave (el relato del procés). Después, de manera simplista, son convertidos en lemas del catón independentista: el derecho de Cataluña a decidir, el Estado español ladrón y represor, el mandato democrático del 1 de octubre, los presos políticos, etcétera. Todos ellos contribuyen a enaltecer o justificar cualquier manifestación del independentismo, aunque sea violenta, como la de los CDR (Comités de Defensa de la República), a la vez que denigrar y escarnecer a los que no comulgan con él. El candidato a la Presidencia de la Generalitat, y hoy ya president, responde a este perfil, es su prototipo; persona en apariencia, educada, amable, conservadora, pero que puede comportarse como un canalla.

A la oposición le sorprendió su intervención, pero el candidato Quim Torra hizo de Quim Torra; no engañó a nadie. Para eso se le puso al frente del barco soberanista, para proseguir sin desviarse un ápice la hoja de ruta marcada por Puigdemont, Esquerra y la CUP. Su altivo discurso fue el de un necio y trajo a la memoria el chiste del almirante norteamericano que en una travesía con espesa niebla envía un mensaje conminatorio a un pesquero español. En este caso, en nombre del soberano pueblo de Cataluña el candidato a almirante interino pide dialogar con el patrón del pesquero y le ordena que se aparte de su rumbo. Éste le responde que no puede. La orden se convierte en una amenaza de internacionalizar el conflicto y de hundir el vetusto pesquero español si insiste en no abandonar su posición. La contestación acaba siendo: yo no me puedo apartar, porque le hablo desde el faro constitucional, en tierra firme, y si usted se empeña en seguir ese rumbo va directo al acantilado.

Lo grave es que esto que parece un chiste no lo es, porque en ese buque viaja una parte importante del pasaje convencida de que va a buen puerto y otra parte aún más numerosa que está en desacuerdo con la ruta elegida. Y mientras esto sucede el farero mayor se contenta con advertir sin más del rumbo equivocado y avisar al juzgado de las posibles responsabilidades penales de los tripulantes. Tampoco es un chiste, porque cada vez más se abre paso en ámbitos internacionales la idea de que el Estado español vulnera derechos fundamentales de los líderes soberanistas procesados, de que el poder judicial no es suficientemente independiente y de que Cataluña está oprimida por un Estado tardofranquista. El independentismo catalán tiene una innegable habilidad para extender internacionalmente su visión política de Cataluña y de España y conseguir que organizaciones como Amnistía Internacional o intelectuales de la talla de Chomsky reclamen la liberación de lo que consideran presos políticos. Cuando en su discurso Quim Torra llega a afirmar que Cataluña sufre una crisis humanitaria, la risa es inevitable, pero torna en preocupación cuando los medios de comunicación se hacen eco de que el cineasta francés J. L. Godard considera que Cataluña "tiene dificultades para existir". El independentismo sabe susurrar malicias y a quienes se las puede decir para que no lo parezcan cuando las repitan en alta voz.

Quim Torra no necesita que Puigdemont le susurre a la oreja. Llega a la Presidencia de la Generalitat para seguir siendo un necio, pero sin parecerlo.

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