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opinión

Un paseo por el universo de El Museo Canario

"El conocimiento no llega si el deseo no lo convoca". Deleuzze y Guattari.

La historia de El Museo Canario es la historia de la tenacidad, la superación y la perpetuación de la memoria. Aun así, no debemos perder de vista el haz y el envés del canon matemático, es decir, la cara oscura que representan los escasos recursos y que palpita tras la búsqueda de la excelencia. Esta institución ha sido, desde su constitución, fuente de inspiración y de placer para muchos, pero esto sólo ha sido posible a través de la perseverancia, la preparación, la actitud, la claridad de los objetivos planteados y el trabajo en equipo.

Cada año desde 1977, con el propósito de sensibilizar a la sociedad sobre el hecho de que los museos son un medio para el intercambio y el enriquecimiento cultural, se celebra en el mundo entero el Día Internacional de los Museos. Este año el tema escogido es Museos hiperconectados: Enfoques nuevos, públicos nuevos. Según el ICOM (Consejo Internacional de Museos), "un museo es una institución permanente, sin fines de lucro, al servicio de la sociedad y de su desarrollo, y abierta al público, que se ocupa de la adquisición, conservación, investigación, transmisión de información y exposición de testimonios materiales de los individuos y su medio ambiente, con fines de estudio, educación y recreación".

El Museo Canario es un espejo del tiempo. Para reflejarnos en él es necesario recorrer sus salas y experimentar cómo nuestro cuerpo se convierte en el hilo conductor que instaura una aproximación con aquellos que nos precedieron en la lejanía del tiempo. El público aprende a hacer conexiones y así da sentido a la heterogeneidad. Lo contrario sería solamente un cajón de sastre o un receptáculo de pedazos. Visitarlo es dejarse llevar por las reminiscencias del mundo aborigen y el arte de un pueblo que se fundió con su tierra; es dejar atrás la rutina diaria que muchas veces ni nos inspira; es entrar en una especie de rompecabezas que vamos armando mentalmente según avanzamos, lenta, muy lentamente; es ir fijando esos objetos que nos antecedieron en el tiempo, que no quieren sucumbir ni disolverse de nuestras retinas. Invitar al público a observar los vestigios prehispánicos no es un acto banal.

Lo importante no es el museo en sí ni visitar una sola sala, pues ello supondría percibir un peón aislado dentro de un tablero de ajedrez, sino la experiencia de cruzar su umbral, la sensación placentera de entrar en un espacio mágico, un lugar que nos acerca a la historia con la condición de que sepamos saltarnos la reverente distancia que parecen imponer sus vitrinas, que no son sino cápsulas ante la indiferencia, burbujas hiperprotegidas contra la fugacidad. Aunque en muchas ocasiones el tocar esté prohibido, pues lo contrario amenazaría la integridad de los vestigios históricos: mantener una cierta distancia física con estos objetos ayuda a salvar esa otra distancia intelectual e incluso emocional, porque eso los sitúa en otro plano y fomenta el sentimiento de devoción.

Pero el museo es mucho más que un espacio dedicado a exhibir los restos arqueológicos de la población prehispánica, y para llegar a comprenderlo necesitamos fomentar una implicación más estrecha. Necesitamos invitar a la participación. Nos urge abandonar el aura de templo académico alejado del deseo, y por ello estamos trabajando con la finalidad de facilitar el encuentro de las personas con la misión del museo sin que ello suponga un riesgo para las huellas que el ser humano ha ido dejando en el correr de la historia, y que aquí se custodian desde 1879. Entendemos que la utilización de reproducciones y recreaciones puede ser una alternativa para que el visitante encuentre una experiencia individual sin castrar el sentido del tacto, que "utilice" las manos para tocarlas, entenderlas, porque sentirlas es importante. Tocar se parece demasiado a la vida.

En un mundo globalizado, cada vez más desencantado e impasible, donde la atención hacia el mundo virtual va en detrimento del mundo real, ¿la única forma de que los museos puedan conectar con el público es pidiéndole que participe? El objetivo de esta pregunta no es ser respondida, sino poner encima de la mesa una interrogación, perturbar las conciencias para definir hacia dónde queremos evolucionar. Las lógicas cuantitativas nos abocan a muchas actividades cortas, pero desde El Museo Canario reivindicamos un trabajo cohesionado, extenso en el tiempo, a la vez que queremos borrar la distancia sin que se aleje del verdadero propósito: el contenido del museo.

A veces es difícil desarrollar el trabajo de una forma un tanto diferente, imaginar cosas bajo formatos que no son los convencionales, pero estamos atentos a gente que no es convencional. Queremos promover la unión indivisible de conocimiento y placer, entendiendo el concepto de placer de forma diferente a como la modernidad lo ha interpretado, entendiéndolo como lo planteaban Deleuzze y Guattari: "El conocimiento no llega si el deseo no lo convoca", pero que el imaginario colectivo no llegue a pensar de ninguna de las maneras que tratamos de convertirnos en parques de atracciones. No queremos incorporar estrategias cosméticas, sino, por el contrario, utilizar todas esas estrategias didácticas que nos ofrece la nueva forma de entender el aprendizaje de forma lúdica. Más allá de fotomatones, cuentacuentos, night-shows?, lo que queremos es abordar de manera profunda otros modos de hacer que relacionen el placer con la generación de conocimiento en el siglo XXI, fomentando el pensamiento crítico a la vez que utilizamos el cuerpo, la sorpresa y la participación como estrategias.

En este esfuerzo por acercarnos aún más a la sociedad no debemos desdeñar la aportación de sus miembros más destacados. La forma en como hemos estructurado nuestro pensamiento es muy coercitiva, y por ello deberíamos escuchar y tener en cuenta el pensamiento de los intelectuales y los artistas, que juegan un papel fundamental porque las formas que ellos tienen de entender lo que está pasando son mucho más elásticas que en otras disciplinas de las ciencias humanas. Son ellos los que son capaces de transformar la lógica, de cambiar la ruta de las ideas, de generar conectividad entre las obviedades, de alterar la forma de pensar y de sentir.

Me gusta pensar que los proyectos tienen un carácter de entusiasmo crítico y que la renovación, el cambio y el decir las cosas de modo distinto se está llevando a cabo gracias a todo el equipo que trabaja en el museo. Sin ellos no se puede hacer nada; ahora sólo falta que logremos incentivar a la gente para sentir de un modo distinto, cambiar de hábitos, pero no tanto en la forma de hacer sino en las formas de pensar.

El Museo Canario: un lugar donde las cosas no tienen un uso sino un significado.

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