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OBSERVATORIO

Los retos del libro

Los libros son ese objeto deseado por muchos y demonizado por otros. Sujetos a fiestas anuales donde se convierten en protagonistas silenciosos, con bullicios de autores y lectores ávidos de autógrafos. Un espejismo de lujuria lectora que al día siguiente se convierte en lo que es, un oasis en el desierto por el que transitan casi todo el año. Son depositarios de sueños, de esperanzas y de frustraciones. Miles de libros nunca son abiertos para ser leídos, quedan huérfanos en almacenes o librerías decorativas. Un esfuerzo que para los grandes sellos editoriales está incluido en sus cuentas de resultados, porque están destinados a este porcentaje calculado de mercado. Para los pequeños y medianos editores el triunfo es publicarlos.

A primera vista es complicado comprender la razón por la que en un país no muy lector de libros, y en un archipiélago como el canario, a la cola en todas las estadísticas, existe una aparente y sana producción de libros, aunque con unas medias de ventas en muchas ocasiones irrisorias. El libro es ese milagro que desafía las reglas de la economía y de la tecnología. Y menos mal, pues sin libros nuestro mundo sería diferente.

Procedemos de una cultura donde el libro sobrevivió a las prohibiciones, censuras y escasos lectores por la exclusión que suponía el analfabetismo. Pero a pesar de ello, ahí seguía, avanzando y aportando a la sociedad de su tiempo. Cada momento tiene sus desafíos, que como antes, hoy y en el futuro, el más importante son los lectores. Por ellos pasa casi todo, pero también en la conexión entre lo que se escribe y publica y lo que se quiere leer. Esa es la clave. El dilema cultural entre crear en libertad y que trascienda a la lectura. Siempre nuestros deseos no se convierten en realidad, pues ésta suele ser caprichosa y transitar por otros derroteros. Con frecuencia el devenir lector nos lleva a no comprender nada, a descolocarnos, pero solo con agudizar nuestra vista podemos entender mejor las cosas.

El libro es como la vida, no es inmune a las modas. En estos momentos, donde lo digital parece amenazar al libro tradicional, el de papel, en el casi infinito universo digital, sus héroes, sus mitos, reinas y reyes, necesitan del libro como prestigio. Al final, editoriales y librerías atraen lectores jóvenes en el camino inverso. Pues si hace unos años veíamos cómo las estrellas de la televisión de alto consumo se transformaban de la noche al día en autores y autoras de éxito, ahora los tiempos han cambiado, pues nuevas estrellas para los jóvenes nacen en internet y sin complejos los encontramos con la mayor de las naturalidades firmando libros.

Las modas, los canales de comunicación, la forma de relacionarnos se transforman a una velocidad que casi no nos da tiempo asumir. Los cambios no son generacionales, pues dentro de una generación observamos identidades dispares en esta jungla de consumo tecnológico de la que somos esclavos y ante la que ofrecemos una tenue resistencia o a la que abrimos nuestras puertas, a veces más íntimas, sin mayores problemas.

Una sociedad en continua evolución, permanentes cambios para la que los elementos tradicionales son referentes, a veces reconocidos o no. Entre ellos está el libro.

Nuevos lectores, una oferta de calidad y espacios donde comprar o leerlos son las claves de un proceso que ha servido para sobrevivir y que son las que permitirán la viabilidad de su futuro.

El libro es ese objeto cultural, depositario del conocimiento, tanto técnico, educativo, de aprendizaje, artístico o estético. Su salud se mide con los índices de lectura y, cada vez más, por los de compra, en el reto de mantener abiertas las librerías. Esos espacios comerciales y culturales que sobreviven gracias al entusiasmo de quienes los regentan. También a los editores, grandes, medianos y pequeños, cada uno en el juego que les corresponde. Y también en la responsabilidad de las administraciones públicas en garantizar el acceso igualitario y gratuito a la lectura. Este último reto es, quizá, el más vergonzante en los últimos años, pues precisamente en los tiempos de crisis es cuando más se recortó en compras para las bibliotecas, infligiendo un daño irreversible en aquellos a quienes sus posibilidades económicas y sus ansias de conocimiento eran opuestas. El acceso a la cultura en condiciones de igualdad es un derecho, como lo es el de la enseñanza, la sanidad o la justicia. Pero en la mayoría de las ocasiones se fijan en controlar lo que se crea, especialmente en el ámbito local, más que en el servicio público real, tener unas bibliotecas bien dotadas.

Los libros siempre han tenido detractores, en ocasiones aquellos que se vieron obligados a leer lo que no querían o les gustaba a edades muy tempranas; otros que no tuvieron por sus circunstancias sociales referentes lectores en sus vidas. Todos estos, víctimas de la desigualdad y de nuestros fracasos sociales. En el pasado también encontramos enemigos en aquellos que siempre sospechaban de sus contenidos, temiendo que las ideas abrieran las mentes de quienes se adentraran en sus páginas. Inquisidores de la cultura de ayer y hoy.

¿Qué tendrá el libro que levanta tantas controversias? De un lado, no se conoce a ningún progenitor que no se sienta orgulloso de sus vástagos lectores; entonces de dónde salen tantos enemigos públicos o silenciosos. Quizá sea el miedo a la libertad, a lo desconocido, a lo que no se puede controlar. A lo que puede cambiar el mundo de otra forma. A lo que se opone en muchas ocasiones a las modas, aunque también las comparta y divulgue. A ese todo para lo que no encontramos una respuesta sencilla. El libro es una combinación de egos creadores, generosos cooperadores de ideas, necesarios magos de los sueños, fabricantes de objetos de papel, distribuidores y libreros resistentes a los tiempos de la mala letra, de escasos lectores y dilatadas y no siempre justas compras. Todos sueñan con el futuro, con contradecir lo que siempre advierten como inevitable, pero cada instante que pasa es el triunfo y cada feria repleta de lectores y compradores es el alimento para la esperanza, para su resistencia.

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