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Sapere aude

Sic transit gloria mundi

La política española se ha vuelto emocionante. En realidad, nunca había dejado de serlo, pero esta semana la emoción ha alcanzado cotas inusitadas de intensidad. Ciertamente, el espectáculo infame de la corrupción política y las recientes resoluciones judiciales, en especial, la sentencia del caso Gürtel declarando la responsabilidad del Partido Popular y la falta de credibilidad de las declaraciones de Mariano Rajoy, han sido la gota que ha colma-do el vaso. Se vislumbraba en el horizonte una inusitada moción de censura y, efectivamente, así ha sido.

En ocasiones tendemos a pensar que la corrupción es un mal endémico de los partidos políticos; sin embargo, la política es tan solo el reflejo de la sociedad y es esta la que debe tomar conciencia de ello y exigir responsabilidades en todos los órdenes de la vida.

Precisamente, el nivel de respuesta ante la corrupción es lo que da la medida de la madurez democrática de un país. En España estamos obligados a reflexionar al respecto. Si la factura política de propiciarla, ampararla o ignorarla no se paga en las urnas, la podredumbre se agiganta y termina por engullir a toda la organización, que se ve obligada a renegar de siglas y líderes.

En el debate sobre la moción de censura, ni el tono grave de los discursos, plagados de lugares comunes, ni el engolamiento de los políticos resolventes de problemas resultaron concluyentes. La llamada a la responsabilidad, palabra maltratada, para justificar las acciones de unos y otros, sonaba a insulto a la inteligencia de los votantes. La responsabilidad ha brillado por su ausencia frente a la exhibición impúdica de los intereses partidistas. Todos afirman ser garantía de estabilidad y pureza, sabedores de su embuste. Rajoy, que todo lo había fiado a su gestión económica, no daba crédito, se escudaba en la confianza de la Cámara y, ¡ay alma cándida!, en la lealtad del PNV. Una ingenuidad impropia de un político curtido en mil batallas y versado en innumerables historias alevosas. Era un secreto a voces. El PNV no quería pasar a la posteridad como el sostén de un gobierno amenazado por esta y ulteriores mociones de censura a golpe de sentencia, pero tampoco renunciar a los pingües beneficios presupuestarios obtenidos de su mano, ni a retrasar la próxima cita electoral.

Pedro Sánchez, el adalid extraparlamentario del socialismo, ha regresado del ostracismo al que los suyos le habían condenado para cumplir el mismo designio que hace pocos años le fue vetado. Al ascender grácilmente por la escalinata de la tribuna de oradores, era el presidente in pectore. Había vencido a propios y extraños, contra pronóstico, y se disponía a derrotar a su adversario precisamente en el hemiciclo. No es un mérito menor.

Por su parte, el ya expresidente del Gobierno, tantas veces atinado en el análisis de situaciones complicadas y en el control de los tiempos, erró en ambos, y pagó caro su exceso de confianza; tanto, que acabó por perderla del todo, viéndose literalmente desbancado por su adversario en el mejor momento de su relación.

No obstante, el panorama que se avecina no parece halagüeño. Aunque Sánchez gobierne con los presupuestos que denostó, la inestabilidad parece inevitable, tanto por el exiguo número de escaños de la bancada socialista, como por la servidumbre de dar cumplida satisfacción al apoyo concitado a la moción de censura.

Al final, el escaño de Rajoy, inexplicablemente ausente en la sesión vespertina del debate, fue ocupado por el bolso de la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría, una alegoría improbable de lo que pudo haber sido y no fue.

La consigna de Podemos "sí se puede" fue ampliamente coreada tras la votación que dio la presidencia del gobierno a Pedro Sánchez, a modo de apropiación preventiva del éxito socialista.

El saludo de los presidentes, saliente y entrante, aunque breve, no estuvo exento de emoción; condensaba en un apretón de manos el súbito vuelco político, la decepción y la euforia contenidas, el final de un ciclo y el inicio de otro.

De lo efímero de los triunfos ya daban cuenta los clásicos: "sic transit gloria mundi", así pasa la gloria del mundo.

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