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Nombres de pila

La pila a que se alude aquí es obviamente la pila bautismal. Se supone por ello que el acto de adjudicar al recién nacido una seña de identidad para toda la vida debiera ser, al enmarcarse en el sacramento del bautizo, un acontecimiento solemne alejado de todo tipo de frivolidad e improvisación.

Pues bien. ¿Qué les parecen, para abrir boca, nombres como Monulfo, Rodopiano, Potenciona o Pomposa? No es coña, son algunos de los más de 3.000 nombres del santoral cristiano. Y lo más grave es que todavía pervive en algunas familias la costumbre de bautizar al recién nacido con el nombre del santo correspondiente al día de su nacimiento, sin escapatoria posible a onomásticas como por ejemplo alguna de las que tocan en el día de hoy: San Epipodio, Santa Oportuna o San Crisótelo. Aunque esta tradición roza ya el ámbito del ma- soquismo, pues el santoral también ofrece al fin y al cabo opciones más discretas: pensemos que si queremos bautizar a nuestro vástago escogiendo la A como inicial, tendremos a nuestra disposición 442 posibilidades, algunas tan entrañables como Agapito o Adela.

Pero eso no es todo: ¿verdad que cabría esperar que en sociedades menos ligadas a la tradición católica, la selección apostara por nombres más modosos y fácilmente integrables en cualquier ámbito poblacional? Pues de eso nada. Si echamos por ejemplo un vistazo al nomenclátor de un país como Venezuela (o directamente a su guía telefónica si lo prefieren) nos podemos topar con nombres como Potracio, Luisanyelis o Rumiando. En comparación otros más comunes, como Neymar o Ronaldo casi nos parecen un dechado de buen gusto y saber estar. Pero es que tampoco para ahí la cosa. En este y algún otro país de Sudamérica, se estila bautizar tratando de honrar a los progenitores, fabricando apelativos que combinan los nombres de ambos. Pongamos que el padre responde al nombre de Policarpo, y la madre al de María (que nombres corrientes también se estilan, no vayan a desesperar). Pues el bebé, sea del sexo que sea, no se librará de llamarse Polimar, hasta el final de sus días.

Ahora bien, si uno pretende poner tierra por medio, alejándose de la tradición occidental, para ver cómo se las gastan en Oriente, la cosa no mejora. Los mil y pico millones de musulmanes que pueblan parte de Asia debieran ofrecer gran riqueza de nombres, a cual más exótico si hemos de atenernos a los sugestivos personajes de nuestras lecturas de las mil y una noches u otros cuentos de nuestra infancia. Pues desengáñense, las enseñanzas del Islam son tan contagiosas como las del cristianismo a la hora de imponer apelativos. El nombre más corriente, y posiblemente el más común de la tierra, es el del profeta Mahoma, en sus múltiples versiones ortográficas, desde Mohamed hasta Mahmadou, y que encima se va extendiendo también por Occidente. Baste el ejemplo de Bruselas y Londres, donde a partir del año 2009 el nombre más común de los recién nacidos ya era el de Mohamed.

¿Acaso esperen ante lo expuesto algún consejo, o hasta un antídoto a este estado de cosas? Vale, tomen nota, y aplíquense mi cuento. A mí me bautizaron no con un nombre, sino con tres: Joseph por parte de abuelo materno, Sven por el paterno, y Lamberto en honor al lugar de nacimiento de mi madre (Saint Lambert, cerca de Quebec).

¡Para que así pudiera escoger, al alcanzar mi edad de razón, el que más me apeteciera!

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