Desde los años 70 Canarias es popular en la subcultura de los misterios y supuestos enigmas de fabricación periodística por la creencia de que aquí se han observado muchos ovnis, es decir, apariciones de naves interplanetarias con forma de platillo a bordo de las cuales viajan entidades inteligentes más o menos antropomorfas. Tal es el núcleo de esta ya vieja creencia. Por supuesto, no hay ni la menor prueba tangible y comprobable de todo ello, y en realidad se trata de un rumor cultivado por periodistas y ocultistas desde la década citada. Y una manifestación local de una leyenda mundial nacida en EEUU a finales de los años 40 del pasado siglo.

De lo que sí disponen los interesados críticos es de un gigantesco cuerpo de material cultural en forma de testimonios, publicaciones e imágenes con el que se ha pretendido documentar un supuesto enigma. Ese material es pura interpretación de fenómenos y sucesos claramente explicables en su mayoría, así que es muy poco probable que algún relato o informe sobre ovnis esté relacionado con visitas alienígenas. Pero el creyente habitual tiende a considerar indiscutible que la inteligencia extraterrestre -si existe- debería poseer algún rasgo antropomorfo y, además, manifestar un ferviente deseo de visitar este planeta, ombligo del universo, al parecer. No hay ninguna necesidad cósmica en todo ello. Además, podríamos estar rodeados de señales alienígenas durante miles de años y no apercibirnos de ellas por ser totalmente incomprensibles para nosotros, como las reglas del baloncesto para una colonia de hormigas. Pero la propaganda periodística y las empresas cinematográficas no se detienen en objeciones como esta y lanzan sus bazofias para satisfacer la gula del consumidor.

Hace ya 71 años que el mito de los platillos volantes apareció en la prensa de EEUU como algo real, aunque llevaba décadas larvado en forma de cómics y novelas, y en algunas películas los extraterrestres ya habían contactado con los humanos, o éstos con aquéllos, como en Viaje a la luna, de George Méliès (1902) o Aelita, de Yákov Protazánov (1924). Pero en la realidad, tanto en Canarias como en el resto del mundo, no existe la menor prueba contrastable de que algunas de esas "misteriosas" apariciones tengan relación con seres de otros planetas. En cambio, se divulga una cantidad creciente de afirmaciones absurdas, de escritores sin pudor que aseguran saber muchas cosas sobre los alienígenas, de especulaciones ridículas y de gentes que desean seguir creyendo a toda costa y no necesitan otro material intelectual que aquel que les mantiene aferrados a sus imaginaciones sobre la vida en el espacio. Por desgracia, desde los años 40 del pasado siglo es imposible abstraerse de la propaganda en torno a los ovnis y sus apariciones, siempre en estrecha relación con el dogma de las visitas extraterrestres, que fue agregando desatinos tales como los platillos estrellados, los contactados con marcianos angelicales, los fetos híbridos de humano y alienígena e innumerables conspiraciones protagonizadas por las Fuerzas Armadas y los alienígenas, que son todas gratis y no hay necesidad de probar ninguna estupidez por loca que sea.

El interesado medio inmunizado frente a la fabricación mediática sabe que los informes sobre ovnis suelen ser finalmente aclarados por medio de explicaciones mundanas y científicas. Nunca podemos estar seguros de que los testigos vieran realmente lo que dicen haber visto, ya que el testimonio humano es escasamente confiable, como sabemos por la psicología forense desde el siglo XIX. Ni las fotografías ni las filmaciones son garantía, ya que se produce una sospechosa disminución de la extrañeza -lucecitas borrosas sobre fondo oscuro- respecto a las frecuentes maravillas del testimonio humano.

Nos queda, a cambio, el gigantesco folclore de las visitas espaciales a nuestro planeta, que es una muestra importante de cómo influye la ciencia del espacio en las capas populares receptivas, de cómo la religión histórica adquiere motivos nuevos -la actualización de lo celestial en lo cósmico, por ejemplo- para una parte de los fieles, y de cómo los antiguos fenómenos celestes son interpretados desde la segunda mitad del pasado siglo como apariciones tecnológicas o manifestaciones de algún poder desconocido.

Éste es parte del escenario o trasfondo que el lector podrá encontrar en el primer tomo de El fenómeno ovni en Canarias. Desde el siglo XVIII a 1980 (Le Canarien Ediciones, 2017), del que soy autor. De los 319 episodios que ocupan las 697 páginas de la obra, 148 tuvieron lugar en Gran Canaria. Incluye algunos relatos previos a 1947 por su parecido de familia con las historias de ovnis del siglo XX, entre ellos observaciones de grandes estrellas fugaces una divertida visión por parte de Alejandro de Humboldt en 1799 cuando ascendía al Teide y se encontraba en la Cueva del Hielo, cerca del cráter. De ahí en adelante, en particular desde mediados del siglo XX, las apariciones siguen el mismo patrón que en el resto de España: un primer estallido de observaciones en marzo de 1950, otro en 1968 que se corta, al contrario que en la Península, en 1969, un gran volumen de casos entre los años 1974 y 1979 y la decadencia posterior salvo un repunte en los años 90. Al contrario que la prensa más amarilla, donde el engaño al lector por medio de falsos misterios es lo habitual, gran parte de los sucesos recogidos en El fenómeno ovni en Canarias han sido explicados, y entre ellos algunos de los más conocidos, como el de un gran bólido divisado por la tripulación de un avión comercial que se dirigía de Tenerife a Gran Canaria la noche del 17 de septiembre de 1968 o los fenómenos atmosféricos contemplados desde todas las islas al mismo tiempo en los años 70, entre los que se encuentran los de fechas 22/6/76 (el erróneamente llamado "caso Gáldar") y 5/3/79, debidos al lanzamiento de misiles Poseidón desde submarinos norteamericanos en el Atlántico frente al archipiélago, o el fraude de unos jóvenes estudiantes que aseguraron que el 11 de abril de 1978 vieron una nave extraterrestre aterrizada en un solar de Tamaraceite. Además, el lector puede encontrar en esta monografía la habitual proporción de observaciones del planeta Venus, de estrellas fugaces, de aviones en vuelo nocturno, de fotografías más o menos nítidas y escasamente relevantes y de testimonios muy sospechosos con que puede tropezarse en otras regiones. Canarias no fue ni es territorio "mágico", ni en este ni en ningún otro tema supuestamente semejante (mágico es un calificativo periodístico y engañoso, no científico, bastante superficial e infantiloide; es un gato vendido como liebre).