Los castizos madrileños de los años sesenta se dirigían de esta guisa: "¿qué pasa, rubiales?", a quien siendo rubio no sabían a ciencia cierta cómo se llamaba.

El aún presidente de la federación de fútbol Luis Rubiales, en pleno ataque de ira, ha tomado la decisión visceral de llevarse por delante al ya exseleccionador nacional Julen Lopetegui por aquello de una especie de "ataque de cuernos" por no haber sido avisado con suficiente tiempo de su fichaje por el Real Madrid. Evidentemente conoce poco o nada de los ejemplos parecidos que se han dado dentro y fuera de nuestras fronteras; valga un par de ejemplos como los de Luis Aragonés o de otro Luis, Van Gaal, para, solo por eso, haberse cortado un poco y no tirarse a la piscina, o mejor dicho, al campo liándose la manta a la cabeza.

No pretendo ser profeta, pero sí me atrevo a ejercer de adivino, para afirmar que tan pronto España acabe en el mundial (y ojalá sea más tarde que temprano) el nuevo ministro de Cultura y Deporte, si tampoco lo han vuelto a cambiar, le va a exigir la dimisión.

La federación española del ramo no ha tenido suerte en los últimos años, con el anterior en la trena y el actual cargándose la ilusión por la que miles, qué digo, millones de aficionados hemos estado esperando con verdadera pasión que llegasen los mundiales. Las mayores agencias de apuestas nos colocaban entre las tres mejores selecciones para hacerse con la copa que nos daría el segundo campeonato del mundo.

¿Qué pasa Rubiales?, es lo que muchos seguidores de la Roja le van a decir cada vez que se lo crucen por los campos de fútbol, si aún le quedan ganas de ir.

Un inconsciente hiperdimensionado, como Rubiales, es siempre egocéntrico y consciente es incapaz de hacer nada salvo preservar su propia justificación. Es incapaz de aprender del pasado, incapaz de entender eventos, como son los mundiales, e incapaz de proyectarse correctamente hacia el futuro.

Tres cosas hay destructivas en la vida: la ira, la codicia y la excesiva estima de uno mismo. Eso le viene que ni pintiparado al ínclito Rubiales y, no se me ha ocurrido a mí.