Hace algunos meses se publicó un estudio titulado Magnitud de la segregación escolar por nivel socioeconómico en España y sus Comunidades Autónomas, firmado por F. Javier Morillo y Cynthia Martínez-Garrido, al que se prestó muy poca atención en los medios de comunicación isleños, no digamos en las tertulias vomipurgantes que infectan las radios y televisiones locales. No pintaba muy bien para Canarias: después de Madrid, era la comunidad autónoma con un mayor índice de segregación escolar, y debe advertirse que Madrid, como comunidad autónoma, presentaba un índice de segregación escolar entre los más elevados de Europa. Es uno de esos datos que iluminan las relaciones reales entre el sistema escolar y el sistema social en las islas, así como el fracaso creciente de un modelo educativo con un brutal impacto negativo en la vida de los individuos y en la cohesión social del país. La elevadísima segregación escolar que padecen los niños y adolescentes canarios es expresión de una sociedad estructuralmente desigual y en la que el ascensor social -nunca particularmente eficaz ni veloz- parece haberse detenido hace lustros.

La segregación escolar se produce cuando en una misma ciudad, distrito o barrio sus centros educativos escolarizan mayoritariamente un determinado perfil de alumnado (socioeconómica o culturalmente connotado) que no se corresponde estadísticamente con la composición socioeconómica y cultural de la población de la zona donde se encuentran ubicados. En algunos centros se acumula un alumnado que pertenece a sectores sociales dotados de medios materiales y culturales por encima de la media y en otros se concentran alumnos de sectores sociales desfavorecidos. Los resultados son bastante evidentes. En Canarias pueden distinguirse con alarmante claridad escuelas guetizadas de pobres, desempleados de larga duración e inmigrantes, escuelas de clases medias funcionariales y escuelas santuario de ricos y clases medias altas. Los alumnos no pueden prepararse para vivir en sociedades plurales e inclusivas y su socialización suele ser deficiente, cuando no conflictiva. Pero, lo que es más importante aún, la segregación escolar, cuya fragmentación lleva a un rendimiento académico global cada vez menor, condiciona opresivamente las oportunidades de desarrollo educativo e intelectual de los alumnos y, al cabo, su futuro laboral y económico.

La escuela canaria no está cumpliendo su función de instrumento privilegiado para consolidar la formación de sus alumnos y favorecer la igualdad de oportunidades. Más bien al contrario: sus disparatadas tasas de segregación la están transformando en un filantrópico mecanismo de reproducción de desigualdades educativas, sociales y económicas, y así ha devenido al mismo tiempo causa central y producto inevitable del fracaso escolar. Ha sido particularmente dañino suponer que los centros privados (muy mayoritariamente concertados) podrían aportar una oferta complementaria a la escuela pública por sí mismos y sin someter su crecimiento a una planificación que incluya criterios residenciales, socioeconómicos y culturales. Cuando escuchen ustedes al próximo responsable político o tertuliano todólogo asombrarse porque Canarias, pese a lo invertido y gastado en la construcción de centros escolares y en la expansión de plantillas profesorales desde los años ochenta, muestra unos resultados académicos miserables y una concentración de la riqueza indecente, ya sabe la respuesta. La propia escuela canaria esta conspirando contra la democratización de la educación, la divulgación de la cultura y el despliegue de la igualdad de oportunidades como principios irrenunciables de una sociedad democrática.