La Provincia - Diario de Las Palmas

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OBSERVATORIO

No tan común

Considera Màxim Huerta que engañar al fisco y, por extensión, a todos los españoles, es una práctica habitual y no tan repudiable. Para ser exactos, el exministro argumenta que utilizar una empresa instrumental con objeto de ahorrarse la mitad de impuestos, es común en su profesión. Quienes no lo hacemos así -en suma, la inmensa mayoría de los españolitos de a pie-, debemos ser algo catetos. En defensa del dimitido, Ángeles González-Sinde argumenta que no se trata de fraude ni engaño. Para la cineasta y también ministra de Cultura en tiempos de Zapatero, lo que ha hecho Huerta solo se trata de una manera de ahorrar en tiempos de vacas flacas. Ya ven, los demás debemos ser gilipollas por no actuar igual.

En su despedida, Huerta protagonizó un acto tan emotivo como memorable. Sus palabras, oportunamente teatralizadas, dejaron en evidencia a quienes decía amar y defender. Sembró la duda de que sus propios compañeros tienden a engañar al resto de los contribuyentes. Generalizando y banalizando la sinvergonzonería, le hizo flaco favor al mundo de la cultura. Porque esos "creadores" a los que no cesaba de referirse en su adiós, son muchos más de los que tienen la suerte de nadar en la abundancia. No, no es tan común que actores, escritores o periodistas tengan un comportamiento tan censurable a la hora de cumplir con sus obligaciones fiscales. Quizás los artistas ricos, pero esos son minoría. Parece obsceno disfrazar la propia conducta insolidaria -evadiendo impuestos se restan medios para afrontar las necesidades sociales-, justificándose en que todos son iguales. Pues no.

La realidad, clara y trasparente, es que el exministro no abonó la cuota de IRPF que le correspondía. "Estar al día con Hacienda ya no se lleva", escribía en uno de sus tuits. Es posible que estuviera mal aconsejado, aunque cuesta creerlo. Por mucho que uno confíe en su asesor fiscal, si te dicen que con una empresa sin más socios ni trabajadores te ahorras la mitad de tus impuestos, algo raro tienes que oler. Si además te aseguran que puedes desgravar los gastos del apartamento en Altea, empiezas a pensar que hay gato encerrado. Supongo que estamos ante un caso palmario de esa "ignorancia deliberada" -o "ceguera voluntaria", en versión anglosajona- a la que hacen referencia los juristas. Como ya ocurriera con Lola Flores, recuerden.

En el discurso de despedida de Huerta, hay un par de detalles que no pasan desapercibidos y evidencian la insultante hipocresía de un sector -ojalá minoritario- del progresismo patrio. Es inaceptable que considere como "jauría" a sus propios colegas de profesión, por cumplir con su obligación de informar con transparencia, algo que no es del agrado del dimitido ni de quienes le defienden. Sin la intervención de los medios, no hubiéramos sido conscientes de que la cultura -y el deporte, ojo- estaban en manos de un sujeto que había intentado evadir impuestos. Por otra parte, suena a excusa de mal pagador -nunca mejor dicho, por cierto- recurrir a la teoría de la conspiración, insinuando que se trata de una caza de brujas dirigida contra los artistas que se mostraron críticos con el gobierno anterior. Llama la atención que este argumento coincida plenamente con el de González-Sinde, hasta el punto de que, esta última, se permita acusar a Pedro Sánchez de reactivar esa supuesta persecución. Vaya, aún habrá que pedir disculpas a esta tropa elitista que pretende zafarse de sus obligaciones fiscales, atentando contra el interés común. Y es que, a fin de cuentas, la progresía de salón sigue siendo solamente eso: progresía de salón.

El caso Huerta no es un nuevo escándalo político, por más que a algunos les interese verlo de este modo. Se trata de una de las contadas excepciones en las que el pecado ya venía de origen. No jodan ahora con lo mucho que corrompe la política porque, a la vista está, los hay que parecen corderos cuando llegan, pero ya andan resabiados. La cuestión no estriba en que la falta se produzca antes o después de ocupar una cartera ministerial, sino en el hecho en si de cometerla y, especialmente, en recurrir a la normalización -"es lo común"- para defender un comportamiento propio de rufianes. Lo grave es, sin duda, que mientras unos pagan otros intenten justificar su decisión de no hacerlo. Y este comportamiento nada tiene que ver con la política, sino con la catadura moral de la que cada uno disfruta.

A Pedro Sánchez se le podrá recriminar su bisoñez a la hora de configurar su equipo y, muy especialmente, que haya recurrido al tirón mediático en detrimento del conocimiento en la gestión. Tan injusto es el ataque fácil como ponerse medallas por la rapidez en encontrar solución al problema. Si no hubieran salido a la luz sus declaraciones de 2015, en las que criticaba a Juan Carlos Monedero por recurrir a la misma triquiñuela para ahorrarse 200.000 euros en impuestos, es evidente que desde Moncloa seguirían negando la mayor. Ahora bien, el presidente fue engañado y no tiene culpa de ello.

Algo de razón tiene el dimisionario -o cesado, vaya usted a saber- en su argumentación. Son muchos quienes recurren a crear esas empresas "tapadera", con el único fin de evadir impuestos. No solo son los políticos. Están alrededor de cada uno de nosotros: es el vecino del sexto, quien trabaja en el despacho de al lado, o el amigo con el que tomamos una caña. Pero no son, ni mucho menos, mayoría. Eso sí, duele que, quienes alardean de compromiso social, hagan trampas para no aportar a la sociedad lo que en justicia corresponde. Podrá discutirse si la aportación es excesiva -qué duda cabe de que, en este país, el peso fiscal recae sobre una minoría-, pero es lo que hay mientras no se modifique. Si así actuáramos, difícilmente podríamos seguir criticando la pobreza infantil en España, las miserias de los sistemas educativo y sanitario, o por qué diablos seguimos sufriendo la mayor tasa de desempleo del continente.

Por más que algún interesado pretenda extender el mal a toda la sociedad, evadir impuestos no es tan común. Más habitual es predicar una cosa y actuar de modo contrario. Y aquí sí ha dejado, Màxim Huerta, su breve pero intensa huella.

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