El poeta gaditano José María Pemán escribió "un niño o una niña al nacer es una pregunta que hacemos al futuro". Cuando nació en el pueblo Ain Karim, en Judea, cercano a Jerusalem, el niño Yohanam (Juan), la gente se preguntaba: "¿Qué vendrá a ser este niño?". Los padres de Juan eran el sacerdote Zacarías e Isabel, que era estéril. Además ambos eran ancianos. Isabel era prima de María, la madre de Jesús. Zacarías puso al niño el nombre de Yohanam, que en hebreo significa "El Señor es misericordioso". Los vecinos decían que "la mano del Señor estaba con aquel niño". El mismo Zacarías profetizó acerca de su hijo: "Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo, pues irás delante del Señor para preparar sus caminos". Añade Lucas en su evangelio: "El niño crecía y su espíritu se fortalecía; vivía en los desiertos hasta el día de la manifestación de Israel.

Juan, asceta

Una persona ascética "es la que se dedica particularmente a las prácticas y ejercicios de la perfección espiritual". En el Medio Oriente los hombres se curten en el desierto. La soledad les hacen ser contemplativos y conocedores de sí mismos. Jesús también vivió en el desierto durante cuarenta días, antes de iniciar su misión evangelizadora. En el desierto se vive plenamente la vida ascética, despojándose de todo lo material, para poder hacer la gnosis, el conocimiento de sí mismo y la búsqueda de lo trascendente. El ser humano está dotado de inteligencia, y esta facultad le lleva al conocimiento, a la gnosis. Si se renuncia a la gnosis, nos hacemos agnósticos. El agnóstico, al renunciar a la búsqueda de lo trascendente, "se instala resignadamente en la finitud". El filósofo latino Séneca, nacido en Córdoba, ante esta actitud negativa, se rebelaba preguntándose "¿no voy a examinar estas cuestiones? ¿Voy a ignorar mi origen? ¿Habré de contemplar este mundo una sola vez o habré de nacer muchas veces? ¿A dónde me encaminaré después de esta vida? ¿Qué mansión aguarda a mi alma libre de las leyes de la esclavitud humana? ¿Me prohíbes tener trato con el cielo, es decir, me ordenas que viva con la cabeza baja?" (Epístolas Morales a Lucilio). Goethe afirma "en creer o no creer está el verdadero dilema; el único verdadero dilema de la historia del mundo". En esta encrucijada, Fausto oye la voz de los ángeles anunciando la Resurrección de Cristo. Desconcertado, dice "pero me falta la fe para creer en ella". Después de una profunda reflexión manifiesta a la multitud que festeja el acontecimiento: "Postraos ante Aquel que está en lo alto; solo enseña a socorrer, solo él socorre". Más recientemente, Ortega y Gasset escribió: "La vida es un viaje, decían los ascetas, y corrigiendo la puntería disparaban sus armas como dardos hacia la eterna posada" (Notas, III). Y como colofón recordamos esta reflexión del poeta Blas de Otero: "Nada es tan necesario al hombre como un trozo de mar y un margen de esperanza más allá de la muerte" ( Expresión y Reunión. Alfaguara, 1969, 49).

Juan decidió vivir austera y ascéticamente en el desierto para practicar la gnosis y conocer su vocación y la misión a la que estaba destinado. Su vida de asceta y retiro no fue inútil ni individualista. Todo lo contrario. Lo expresa admirablemente Séneca en la epístola 8 del libro citado: "Me escondí y cerré las puertas con el fin de poder ser útil a muchos". Por su parte, el erudito y fraile benedictino Benito Jerónimo Feijóo (1676-1764), precursor de la ilustración en España, en Cartas Eruditas, a la pregunta de por qué no quiere vivir en la Corte y prefiere seguir viviendo en su retiro de Asturias, responde "quiero vivir en este retiro porque quiero vivir". Y como ejemplo menciona lo que refiere Xifilino acerca del ilustre Simitis, prefecto del Pretorio en tiempo del emperador Adriano, que hizo voluntaria dimisión de aquella magistratura para retirarse a la Campania, donde vivió sus últimos siete años, tras una larga y agitada vida. Cuando vio cercana su muerte dejó escrito su epitafio que dice: "Aquí yace Simitis, que murió de una edad muy larga, pero solo vivió siete años". El fraile jerónimo, Juan de Toledo (1601-1672), obispo de Canarias entre 1659 y 1665, había sido anteriormente nombrado predicador del rey Felipe IV. Tuvo que residir en la corte, aunque "vivía en ella como en la soledad".

Los evangelios narran con detalle el mensaje de Juan cuando empezó a predicar y bautizar en el Jordán, después de haber vivido ascéticamente varios años en el retiro del desierto.

Juan, asceta comprometido

"Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langosta y miel silvestre" (Mateo 3, 4). Lucas, por su parte, señala con solemnidad el momento en que recibió la palabra de Dios, indicándole su misión: "En el año quince del imperio de Tiberio César, siendo Poncio Pilato procurador de Judea y Herodes tetrarca de Galilea, en el pontificado de Anás y Caifás, fue dirigida la palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y se fue por toda la región del Jordán proclamando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos de Isaías: Voz del que clama en el desierto: preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas?y todos verán la salvación de Dios".

El mensaje de Juan es de plena, de plenísima actualidad. La gente le preguntaba: "Pues ¿qué debemos hacer? Y él les respondió: el que tenga dos túnicas, que las reparta con el que no tiene; el que tenga para comer, que haga lo mismo". Vinieron también a bautizarse publicanos (empleados públicos encargados de cobrar los impuestos) y le dijeron: Maestro, ¿qué debemos hacer? Él les dijo: No exijáis más de lo que os está fijado. Le preguntaron también unos soldados: Y nosotros ¿qué debemos hacer? Él les dijo: No hagáis extorsión a nadie, ni hagáis denuncias falsas, y contentaos con vuestra soldada". ¿Nos suena las respuestas de Juan? Redactadas a nuestro lenguaje actual son estas: 1) No sean egoístas e injustos, sino solidarios con los pobres y necesitados. 2) No sean corruptos ni depravados, sino íntegros y honrados. 3) No sean extorsionadores ni violentos, sino respetuosos y pacíficos. Insisto, el mensaje de Juan el Bautista tiene total validez y aplicación en nuestros días.

Su popularidad se divulgó por todo Israel por su mensaje directo y claro y por su austeridad de vida. Su vestido sobrio contrastaba con el de los escribas y fariseos que "se hacen bien anchas las filacterias y bien largas las orlas de los mantos", como denunció Jesús. Muchos se hicieron discípulos de él y pensaban que era el Mesías esperado. Pero Juan no cayó en la tentación del populismo, del oportunismo y de la ambición, y menos aún, pretendió arrogarse la misión de Mesías. Todo lo contrario, su modestia y humildad estremecen. Cuando se presentó Jesús en el Jordán, Juan dijo a sus discípulos: "Este es el Cordero de Dios: ¡seguidle! Él les bautizará en Espíritu Santo y fuego. Yo no soy digno de desatarle la correa de su sandalia." Y a las preguntas insistentes de los fariseos, respondió: "Yo no soy el Cristo, ni Elías, ni profeta".

Juan, comprometido hasta el martirio

Juan no temió a los poderosos. Guiado por su compromiso de denunciar las injusticias y el abuso de poder, se presentó ante el palacio del tetrarca Herodes para advertirle que no era lícito tener como mujer a Herodías, esposa de su hermano Filipo. Ante sus constantes denuncias públicas, Herodes lo encarceló. Y todos conocemos el trágico final. Salomé, a petición de su madre Herodías, exigió a Herodes que decapitara a Juan y le trajera su cabeza en una bandeja. El cobarde y degenerado tetrarca tuvo que asentir y ordenó la decapitación de Juan el Bautista.

Los creyentes católicos nos sentirnos agraciados y gozosos de tener por modelo de compromiso y santidad a San Juan Bautista. Los textos de los evangelios que hemos expuesto en este artículo son más que suficientes para admirar, venerar y dar culto al Precursor de Jesucristo, el Mesías y Salvador. Precisamente el mejor de los elogios del santo salió de la boca de Jesús: "En verdad les digo que no ha surgido entre los nacidos de mujer uno mayor que Juan el Bautista".