Desde su sangriento desembarco en Las Isletas y la fundación del Real de Las Palmas, en la desembocadura del Guiniguada, aquel 24 de junio de 1478, mucho ha llovido. Se lo repite siempre al dean Bermúdez, desde que el endemoniado brujo les echó el mal de ojo la noche de San Juan y viajaron por el tiempo a través de un agujero de gusano, hasta caer abruptamente en Mesa y López: "Esto ya no es lo que era, vuecencia".

Aunque han intentado volver, hace ya meses que se han convencido de que no hay retorno posible. Vivieron en Guanarteme unas semanas, gracias a que llevaban encima unas pocas monedas, que cambiaron por euros en un Compro Oro. Pero el dueño ha decidido convertir el edificio en apartamentos de alquiler vacacional y ahora comparten habitación en un Hostel con unos muchachos alemanes que han venido de Erasmus y se pasan el día surfeando en La Cícer. "La juventud está perdida, querido amigo, en mi época hubiesen embarcado rumbo a la aventura y la conquista de territorios inexplorados... no de chupitos", espeta Juan Rejón a su amigo, que, como hombre de la Iglesia, sabe que hay que adaptarse para sobrevivir. Así lo ha hecho su gremio durante siglos y ahí sigue, como lapa pegada al marisco en El Confital.

Al hidalgo leonés lo han cogido para las obras de la MetroGuagua. Le ha pillado el tranquillo al martillo hidráulico y levanta cinco metros cuadrados de pavimento en menos que se chupa un espárrago. Siempre fue bruto el angelito, que se lo digan si no a los indígenas que poblaban la Isla, que, aunque le dieron unos cuantos sustos, sucumbieron a la superioridad armamentística de los recién llegados, tras años de valiente resistencia.

Tanto ímpetu le pone a la condenada herramienta que el otro día le dio a las raíces de un ficus que se quedó cambado, como mirando un escaparate de enfrente. "¡Árbol va!", gritó ufano. Le han descontado el día de paga.

Por eso, el dean Bermúdez, que se ha colocado de contable en una empresa del Puerto, le tiene dicho que tiene que hacer algún cursillo, que ahora lo que se estila es ser nómada digital o lo de la economía azul, que todo es muy transversal, macaronésico y tricontinental. Por las noches, él pasea por su calle, mira el cartel donde pone La Carretera de Juan Rejón y piensa: "Yo te maldigo, endemoniado brujo".