Hay malos de película que dan sentido a una historia. Ahí está Keyser Söze, en Sospechosos habituales, para sostener tal afirmación: despiadado -capaz de matar a todos los integrantes de su familia para que no viviesen con la vergüenza de haber sido torturados por la mafia húngara- y leyenda entre las sombras. Cuando mata, no deja pistas y nadie lo ve. Los que han disfrutado con la película ya saben lo que soltó Verbal Kint, en boca de Kevin Spacey, para tocar con un poco de misterio -y mucha maldad- a aquel villano: "La mejor jugada del diablo fue convencer al mundo de que no existía".

Hoy, con la primera fase de la Copa del Mundo de Rusia finiquitada, me acuerdo del malvado habitual de este torneo: Italia, una selección que en su pecho luce cuatro estrellas -por los cuatro Mundiales conquistados en 1934, 1938, 1982 y 2006- y que fue descabalgada para la edición de 2018 por Suecia en la repesca. A estas alturas, probablemente, Italia habría superado la primera frontera de la competición con un fútbol rácano. Igual, hasta le habría bastado con tres empates para colarse en los octavos de final. Y todos, a excepción de sus tifossi, estaríamos despotricando de su juego y maldiciendo su buena fortuna.

La historia y unos cuantos buenos recuerdos, sin embargo, deberían ser suficientes para absolver a Italia de cargar con el descrédito que lastra su fama. Italia ha sido mucho más que ´catenaccio´. Y el que no crea, el agnóstico, debería repasar su victoria en Sarriá, en 1982, ante Brasil o el meneo que le dio a Alemania, en 2006, en las semifinales de aquel torneo. Aquellos equipos transalpinos, sobre el césped, juntaron a futbolistas como Zoff, Cabrini, Scirea, Tardelli, Conti, Rossi, Buffon, Cannavaro, Pirlo, Totti o Del Piero. Todo leyendas.

En un país en el que el estilo ha estado tan presente durante los últimos siglos -Dante, Da Vinci, Miguel Ángel, Fellini, Bertolucci, Sorrentino, Ferrari, Armani, Bialetti, etcétera- la belleza no se discute. Ni siquiera en el fútbol. Algunos no se acordarán Italia estos días, pero a mí me falta agazapada en algún recoveco del cuadro, como un malo de película. Y ahí, tal vez, está el gran triunfo de Italia que, como el diablo, convenció al mundo de que no existía en la primera fase de los mundiales para, luego, en los cruces, dar cuatro zarpazos y coser cuatro estrellas de campeón del mundo en su pecho.

Sin Italia en el horizonte del Mundial, no me queda otra que recordar a Adriano Celentano cantando Azurro para pasar mejor los calores estivales. "Azul; la tarde es demasiado azul y larga para mí. Me doy cuenta de no tener más recursos sin ti. Y entonces igual cojo el tren; y voy, voy a buscarte; pero el tren de los deseos en mis pensamientos va en el sentido opuesto".