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La dos

"Anda, mira: ¡un ministro gay!"

Uno de mis mejores amigos es gay. Otro, bisexual. Creo. Y se sorprenderían de la cantidad de mujeres que han tenido una experiencia lésbica. Se lo digo yo. Aunque eso parece no importar tanto. Conozco a muchos homosexuales en puestos de responsabilidad. Que ejercen sus funciones de una forma extraordinaria. Como si la orientación sexual de cada uno no tuviera nada que ver con su profesionalidad, fíjense qué cosas. No creo que ninguno de ellos me haya contado jamás que le han preguntado si le gustaban las mujeres, los hombres, o ambos a la hora de promocionar en su trabajo. O de acceder a él. Tal vez tengo mucha suerte en mi entorno y por eso pienso que vivo en el siglo XXI. Aunque sigue habiendo mucho cabestro suelto.

Por primera vez, tenemos un gobierno en España con más mujeres que hombres. Es único, también, en la Unión Europea. Las hay que me gustan más y otras que menos -una representante del PSOE andaluz con la sombra de los ERE investigada por prevaricación no parece que vaya a ayudar demasiado a limpiar las instituciones de corrupción, así a priori-. Como hay ministros que me agradan más que otros; les confieso que yo también estoy encantada de tener un astronauta que se licenció con un 10 de media.

Sin embargo, eso no es lo más destacado para algunos. Hay medios que han tardado pocas horas en comentar el estilismo y el maquillaje de las nuevas ministras. Como si eso fuera relevante. En lugar del currículum, nos fijamos en el bolso. Traten de ver lo ridículos que resultan esos reportajes si sustituimos el bolso por un polo masculino, o el zapato de tacón por una aguja de corbata. No obstante, poco se ha dicho sobre la orientación sexual de las ministras más allá del habitual "es compañera de..." Garzón, en este caso.

Siempre he defendido que, en la lucha contra el machismo, lo fundamental es la educación. Como en otras tantas cosas. Y no debe dejarse únicamente en manos de la escuela. Los adultos y los medios de comunicación tenemos un papel importante. Quiero decir que si el mensaje que transmitimos es que lo resaltable de una mujer con poder es la forma de vestir no deberían extrañarnos casos como el de Jana, una adolescente que recibió insultos de sus compañeras por vestir pantalón corto y una camiseta que dejaba parte de su barriga al descubierto. Curiosamente, todas chicas. Muchas de ellas habían estado desgañitándose en las manifestaciones del 8 de marzo. Si una fuera malpensada, concluiría que no hay que mirar únicamente a los hombres como los responsables de la discriminación injusta que padecen muchas féminas. Pero eso supondría convertirnos en adultos.

Jana nos ha dado una lección a todos: el problema -y la importancia- del atuendo de una mujer no está en la ropa, sino en los ojos que la miran. En realidad, no deja de ser un accesorio. Hay mujeres muy preparadas en este gobierno. Como las había en el anterior. Sin necesidad alguna de llamarse Unidas Podemos cuando te lideran Pablo y Alberto. Ni de autodenominarse ministres. Ser mujer no ha sido un hándicap. Como tampoco lo ha sido ser homosexual.

Me gustaría seguir viviendo en el siglo XXI. Por eso me da igual cómo visten las ministras. Exactamente la misma indiferencia que me provocan los gustos sexuales de los ministros. O saber con quién se meten en la cama. O el número de pie que calzan. Por eso me resulta curioso que se alabe la visibilidad del colectivo homosexual en el nuevo ejecutivo. No tengo muy claro que quienes pretendan defender al colectivo LGTBI contribuyan a ello tratando a los ministros como especímenes extraños. Como si tuviéramos que aplaudir su condición sexual con la misma admiración con la que recibiríamos la gracia de un mono de feria. Claro que los referentes son necesarios, pero tal vez los aspavientos no ayuden a hacer desaparecer el estigma. Puede que sea más fácil eliminar el sufrimiento de muchos al salir del armario si demostramos que eso se acepta con naturalidad.

Les he dicho más de una vez que quiero pensar que ustedes me leen desde hace años no porque sea una mujer, sino porque les resulta interesante lo que escribo. Estén o no de acuerdo. Aspiro a que mi valía sea la que me permita seguir publicando. Lo contrario me parecería un insulto. Quiero un mundo en el que sea normal que las personas preparadas accedan a puestos de responsabilidad. Independientemente de si son hombres, mujeres, o transexuales. En el que dé igual lo que haga cada uno en su vida privada, mientras no sea ilegal. Por eso me parece lamentable en el mismo grado centrar el debate en la supuesta falta de maquillaje de Teresa Ribera o el chasis de Magdalena Valerio que en la pareja de Grande-Marlaska. Tal vez debajo de la pátina de sociedad moderna escondemos, en el fondo, cierto puritanismo.

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