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Javier Durán

RESETEANDO

Javier Durán

Agaete: crecer o no crecer

A nadie se le oculta la existencia en el territorio español de aeropuertos, túneles del AVE, puertos, autovías, presas, polígonos industriales, auditorios y palacios de congresos que no sirven para nada, cuyos trazados o proyectos sólo responden a un momento de efervescencia económica donde sobraba el dinero. La ampliación próxima del muelle de Agaete podría formar parte de este contexto de frustraciones o megalomanías, o bien podría ser, como arguyen sus defensores, un equipamiento clave para el desarrollo de una comarca de Gran Canaria que busca alternativas socioeconómicas más allá de la tradicional agricultura.

Para saber en qué consiste y cuál es la consecuencia de esta obra de relevante trascendencia para el paisaje insular sólo cabe tener la mayor información posible y ser lo más transparente en cuanto a los pros y los contras de la infraestructura. La consulta popular constituye una herramienta democrática satisfactoria, pero no siempre es así y en especial cuando se trata de un asunto de gran complejidad técnica de la que no todos tenemos los conocimientos necesarios. Pero esta salvedad no debe ser un obstáculo para que los competentes en la obra trabajen por el mayor consenso posible, no soslayen las repercusiones futuras y, lo que es más importante, adopten a tiempo las correcciones necesarias. Sería lo deseable, pero ya sabemos que no está entre las bondades de los políticos españoles hacer trabajo de campo: la inmersión en el problema no se ve como una prioridad, más bien se considera que es una manera de agrandarlo.

Oponerse a la ampliación del muelle de Agaete o exigir una consulta para decidir si se lleva a cabo o no son cuestiones que entran en la normalidad. Algunos temen que el enclave marinero acabe por ser fagocitado por una terminal de carga y descarga portuaria incompatible con un modelo turístico blando. Otros creen que el efecto de la infraestructura va a ser demoledor sobre un paisaje que ha logrado contener las urbanizaciones en su línea de costa. Y no faltan los que quieren conservar el conjunto de singularidades de esta zona privilegiada, pero que creen -y también están en su derecho- que la intervención dará aire a un sector pesquero artesanal y a unos establecimientos de restauración que esperan aumentar su facturación.

A la vista de tantos intereses en juego, meter la maquinaria e iniciar la construcción del puerto de Agaete resulta una verdadera encrucijada, dado que hablamos, como es obvio, de un modelo de crecimiento que, con las sucesivas autovías creadas hasta llegar a La Aldea, convierte a esta parte de la Isla -igual que lo fue el Sur a partir de los sesenta- en un territorio vulnerable, a expensa de proyectos más o menos sostenibles, unos públicos y otros privados, que tratan de explotar la nueva renta de situación. La ampliación del muelle de Agaete debe ser observada, irremediablemente, en esta tesitura de cambio de ritmo socioeconómico, donde es necesario hacer valer las soluciones imaginativas, integradoras, sostenibles, rentables para sus habitantes y que tengan en cuenta experiencias de desarrollo, tanto las positivas como las que quedaron ahí como un referente del fracaso. Nada mejor que hacer votos por la responsabilidad en el expediente de este paraje único, tanto de los que están a favor como de los que están en contra.

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