La Provincia - Diario de Las Palmas

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El desliz

La primera enmienda

Leo que la Guardia Civil custodió y denunció a Evaristo Páramos, cantante del grupo Gatillazo y excantante de La Polla Records, el fin de semana pasado al terminar su actuación en el festival de la Primavera Trompetera de Jerez, por proferir algunos versos de los suyos contra la policía. Cómo pasa el tiempo. Me siento indignada cuan si a mi madre la hubiesen detenido a Manolo Escobar por cantar 'Mi carro me lo robaron, anoche cuando dormía', invocando el derecho al honor de Luis Bárcenas, o el de M. Rajoy. Me sé de memoria docenas de letras de las canciones de Evaristo, sobre todo las primeras. De sus discos de 1984, 1987 y aquellos años, unos tiempos en que ser punki no era delito, como pasa ahora, y en los que la autoridad competente distinguía el verbo decir del verbo hacer. Los cuerpos de seguridad de entonces no tenían la piel tan fina; se llevaban unos cuantos improperios en cada concierto, igual que los de la primera fila algunos salivazos, y a casa todos tan contentos. Lo de la ley Mordaza era un panorama que ni el radikal más drogado se hubiera atrevido a concebir como porvenir no future de una democracia. Me imagino a Evaristo partido de la risa retenido el otro día cantando 'ahora qué me vais a hacer'. Pronto tararear Salve regina acarreará pena de cárcel, cosa que me asusta porque a través de las letras de La Polla proceso inconscientemente cosas que ocurren. Verbigracia que se propague el virus de la hepatitis A en un restaurante palmesano mientras las autoridades sanitarias bostezan, "come mierda y págala". La sentencia de La Manada, "delincuencia es la vuestra, asquerosos, vosotros hacéis la ley". Lo que está pasando el Cataluña, "va mal el negocio, manda la caballería". El irresistible ascenso de Ciudadanos, "quién es este tío, de dónde ha salido. Ven, cómeme el coco y cuéntame la verdad".

En otros lugares entendieron pronto la importancia de la libertad de expresión, y la blindaron para que los idiotas del futuro no intentasen coartarla con las más variadas excusas. Un tribunal federal de los Estados Unidos acaba de dictaminar que el presidente Donald Trump no tiene derecho a bloquear en su cuenta de Twitter a los usuarios cuyos comentarios le disgustan porque son críticos. Naomi Reice Buchwald, una jueza de distrito de Nueva York, atendió la demanda de siete personas, representadas por el Instituto de los Caballeros de la Primera Enmienda, perteneciente a la Universidad de Columbia, a las que se impedía seguir al líder en la red social por haber cuestionado sus políticas. La sentencia estableció que el mandatario republicano puede silenciarles, pero no impedir su acceso a la cuenta presidencial, que es un foro público en el que todo ciudadano tiene derecho de paso. El Twitter de Trump es la vía favorita de expresión del presidente, que la usa para canalizar opiniones y comunicar posiciones oficiales, y de ella se encargan también funcionarios a su servicio, luego no puede emplearla como una herramienta personal y gestionarla según sus filias y sus fobias. La revista Time recogió el testimonio de una usuaria bloqueada por Trump tras publicar un mensaje hostil que dijo sentirse "como si Franklin Delano Roosevelt se llevara mi radio", en referencia al medio básico con el que el líder norteamericano se comunicaba con el pueblo durante la Segunda Guerra Mundial. La justicia de su país le ha dado la razón, porque la libertad de expresión es el bien principal merecedor de protección. Lo contrario que ocurre aquí, que en pleno paroxismo censor ya nos van a quitar hasta la música que escuchábamos en la radio hace treinta años.

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