Hace falta que no hagan falta más fiestas del Orgullo LGTB. Hace falta que quienes no aceptan la diversidad de tendencias, la variedad en las maneras de vivir y la libertad de las personas se enteren de que la diversidad de tendencias, la variedad en las maneras de vivir y la libertad de las personas han venido para quedarse. Pasa como pasa con otros tantos días de lucha contra diferentes formas de discriminación: que hace falta que esos días no hagan falta.
Es algo que entendemos quienes pensamos que la humanidad ha alcanzado su mayoría de edad y no es necesario permanecer bajo la tutela ni el mando de ningún líder político o religioso (que, por lo demás, suelen ir juntos) que nos dicte qué tenemos que hacer y cómo debemos vivir. Pero también es algo que deberían entender quienes no aceptan esto, quienes se ponen nerviosos con tanta presencia, tanta fiesta y tanto Orgullo LGTB; en definitiva, con tanto pecado. Deberían dejar de comportarse como aquel vendaval que soplando con más y más fuerza pretendía arrancarle el abrigo a un paseante. Tanta inclemencia, tanta furia y tanto hostigamiento solo conseguían que el paseante aferrara con más y más firmeza su abrigo. La determinación con la que el colectivo LGTB sujeta sus derechos contra viento y marea es cada vez mayor y la tele no puede hacer sino reflejarlo. Su lucha se infiltra cada vez más en cada vez más programas de cada vez más cadenas, y lo que comenzó siendo una anécdota, una noticia breve, unas imágenes fugaces, ya ocupa toda una semana que va de las noticias a la ficción, de los reportajes a las tertulias. ¿De verdad quieren conseguir quienes soplan y resoplan que se consolide en la oferta televisiva una programación temática anual LGTB que se convierta en una nueva Navidad o una nueva Semana Santa?
Por eso el vendaval debería dejar de bramar en contra, y defender la normalización de la presencia de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales en el día a día. ¿No les gusta tanto lo "normal"? ¿Hay algo más normal que esto?