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Crónicas galantes

Notarios del sexo

Prepara el Gobierno una reforma que, aún sin entrar en detalles jurídicos, pasará a considerar como violación todo encuentro sexual en el que la mujer no diga expresamente que "sí" quiere ejecutarlo. La ministra del ramo de Igualdad, Carmen Calvo, no ha aludido a la posibilidad de que sea el hombre el que no quiera (por ejemplo, en una relación homosexual); pero estos son matices que sin duda se irán introduciendo a medida que se redacte el texto.

Del "no es no" que hasta ahora viene siendo la norma se avanza hacia un más complejo: "si no dice que sí, es que es no". Inspirada en una reciente ley sueca sobre el asunto, esta reforma del Código Penal español exigirá, al parecer, un "sí" expreso que han de formular con palabras o hechos las dos partes contratantes del coito.

Se trata de una mera aplicación del sentido común e incluso una perogrullada. Si alguien no consintiese en participar libremente en un acto -sexual, en este caso- estaríamos ante un forzamiento de su voluntad y, por tanto, de una violación.

Hasta ahí todo parece lógico. El asunto suscitará algunas dificultades, sin embargo, en el momento de ponerlo en práctica.

Dado el carácter íntimo que la fornicación tiene, por su propia naturaleza, es de suponer que en la mayoría de los casos no habrá testigos que acrediten si una o las dos partes se dijeron "sí" antes de proceder a la coyunda. Cuando se produjese una denuncia, habría que valorar, como hasta ahora, si es la parte acusadora o la acusada la que tiene mayor credibilidad. No habríamos avanzado mucho.

La amenaza de la ley, que castiga con no pocos años de cárcel la violación, obligaría probablemente a dejar constancia por escrito o mediante vídeo del consentimiento expreso que se va a exigir. También podría ser útil, a este efecto, una app del telefonillo móvil que, con solo pulsar el botón del "sí", probase indubitadamente la voluntad manifiesta de los dos contratantes del acto.

Una última, si bien más remota, posibilidad consistiría en acudir a los servicios de un notario que dé fe de la decisión inequívoca de entregarse a los placeres de Venus adoptada por las dos partes. O las tres, si se tratara de un ménage à trois.

Esta opción beneficiaría sin duda a los fedatarios públicos, compensando en cierto modo a los notarios por la pérdida de negocio que les supuso no hace mucho el derrumbe del mercado de compraventa de pisos. Pero no es menos cierto que ese trámite notarial encarecería el coste de uno de los pocos placeres low cost que todavía nos van quedando a los pobres.

A todo ello hay que sumar la pérdida de intimidad, poesía y encanto que la presencia de un tercero introduciría, sin duda, en una actividad de suyo privada como la que habitualmente se lleva a cabo entre sábanas.

Una cosa es darse el "sí" nupcial ante un cura, un juez o un alcalde; y otra bien distinta -además de enojosa- hacer lo propio ante un notario para que dé fe de que una señora quiere acostarse con un caballero (y viceversa, se supone).

Nada hay que objetar a una reforma que en sí misma tiende a proteger básicamente a las mujeres del asedio de los gañanes empeñados en forzarlas. Mucho es de temer, sin embargo, que su puesta en práctica resulte trabajosa. La ministra va a tener que hilar muy fino en los reglamentos.

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