Apenas había transcurrido hora y media desde que la noticia comenzó a difundirse por las redes sociales (en una vivienda de La Orotava se había encontrado los cadáveres de un matrimonio y sus dos hijos, de corta edad) cuando una dirigente política se apresuró a tuitear para dejar patente su "rabia e indignación". La dirigente política, por supuesto, no tenía ni una migaja de información suplementaria que la muy escueta que los medios de comunicación habían empezado a lanzar. Pero le bastaba para indignarse y ser, la demás, la primera en hacerlo, porque esto es una carrera con plus de notoriedad para quien llegue primero. Hay que lanzar tu pequeño vómito en unos cuantos caracteres y preguntar de inmediato: ¿hasta cuándo?

El marido apareció ahorcado. De ahí derivan los culichichis de la indignación que ya está todo claro: es un caso particularmente espeluznante de asesinato machista. Es muy probable que lo sea. Pero todavía -escribo esto a última hora de la tarde del lunes -- no se dispone de información para afirmarlo inequívocamente. Un mínimo de prudencia no es que sea elegante: está obligada por el decoro y el respeto. Son martingalas viejunas, por supuesto, y cualquier crítica a esta inmediatez valorativa y su instrumentalización emocional es arrasada por esa empatía universal, automática e imperativa que solo se tiene en consideración a sí misma. No puedo evitar extrañeza por esa insistencia en la indignación. Porque los asesinatos machistas - sobre todo cuando el criminal decide matar a toda su familia - me produce asco, rabia, miedo. La indignación es posterior. La indignación siempre es posterior porque - contra lo que sucede con la ira-está ligada a la reflexión y vinculada a la responsabilidad moral. El que prioriza la indignación sobre cualquier otra reacción - sobre el sentimiento de piedad, por ejemplo, ahora tan escarnecido - suele hacerlo como un gesto espectacular. Se está haciendo un selfie moral al borde de un ataque de nervios.

Nos esperan horas, sin duda días, que pondrán a prueba los estómagos más y mejor brindados. Cientos de titulares, conexiones, entrevistas, declaraciones, chismes, detalles estremecedores, imágenes insustanciales, recordatorios anecdóticos, fábulas tertulianas, insidias, advertencias, sorpresas, manifestaciones, banderas a media asta, cocodrilos lagrimosos junto a hienas destrozadas por el dolor, y todo aderezado con una salsa de indignación que chorreará por las pantalla de los televisores. La policía - y la autoridad judicial - debe trabajar rápido, no para determinar escrupulosamente los hechos y las responsabilidades, sino para ofrecer un relato lo más minucioso, circunstanciado y aterrador posible a fin de alimentar a redes sociales y medios de comunicación. Se pedirán cabezas, reformas legislativas, condenas tronantes, estigmatizaciones instantáneas y de nuevo de alanceará a la gramática y al diccionario porque debe crearse una neolengua para evitar el crimental, como fantaseó Orwell. La discreción mientras se sustancia las investigaciones, las condenas respetuosas que eviten histrionismos palcolor y los argumentos racionales para reclamar o definir políticas y servicios contra esta barbarie, por supuesto, no serán contemplados. Y toda esta reacción entre enfurecida, nerviosa y bufonesca no es una respuesta frente un problema social de una extraordinaria gravedad, sino que forma parte, como una excrecencia maloliente, del mismo.