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Mi madre en Ibiza

Me sorprende que todavía nos sorprenda el desprecio con el que las cadenas televisivas generalistas privadas, públicas o mediopensionistas tratan al espectador, al cliente, al ciudadano o como queramos llamar a los organismos bípedos implumes de uñas planas que nos sentamos delante del televisor. ¿De verdad nos sorprende el baile de días y horario de La verdad (Telecinco)? ¿De verdad nos sorprende el demencial horario de MasterChef, que obliga a mi madre a trasnochar para ver el desenlace del concurso más que si estuviera en una despedida de soltera en una discoteca de Ibiza?

Las decisiones de Telecinco a la hora de maltratar sus productos o de TVE en el momento de castigar a sus programas de éxito con un horario antiproletario son racionales, por supuesto, porque responden a intereses empresariales sancionados por los expertos en la lógica del mercado. Pero hay que distinguir entre lo racional y lo razonable, y entender que la máxima racional del beneficio que impulsa las decisiones de los programadores de Telecinco debería estar sometida a las constricciones de un espectador que quiere saber qué puñetero día y a qué puñetera hora se emitirá su serie favorita y que aspira a no irse a la cama de madrugada por culpa de un concurso de cocina.

Cuando el filósofo estadounidense John Rawls se preguntaba cuál es la concepción moral de la justicia más apropiada para una sociedad democrática, su respuesta giraba alrededor de esta idea básica: la justicia de una sociedad se mide por el destino que reserva a los más desfavorecidos. Aplicado al mundo televisivo, podríamos decir que la concepción moral más justa en la programación se podría medir por el destino que reserva a mi madre enganchada a MasterChef o a los niños que quieren ver la tele sin que afecte a sus horas de sueño y a su rendimiento en el cole. Que no me digan que la solución está en abonarse a Netflix o Movistar + porque es racional que pretendan que nos gastemos la pasta en empresas de entretenimiento, pero no es razonable que esa sea la única manera de que mi madre no tenga que pasar la noche en una discoteca de Ibiza.

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