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visiones

La economía de la sensatez

El objetivo de las ideas y los fines que se persiguen en las personas y por los colectivos pasan siempre por conseguir buenos resultados en el más rápido tiempo posible. Lo que ocurre es que, aunque esto puede ser un objetivo o una aspiración, no siempre se está en las condiciones ni en las habilidades para poder llegar a ello. Puede ser un objetivo natural, pero no un objetivo que se conozca cómo debe ser alcanzado y qué medios hay que poner para llegar a ello.

Esta reflexión es de una gran evidencia, porque si todo el mundo la aplicara sabiendo cuál es el objetivo correcto podría poner los medios necesarios y suficientes para poder llegar a ese fin. El problema es que muchas veces no se conocen los medios a emplear y, en otros, ni tan siquiera se quieren buscar esos medios, sino que se actúa por impulsos, en unas ocasiones y, en otras, se actúa sin detenerse el autor de la acción en las consecuencias negativas que puede tener para su fin la insensata forma de actuar. Ello es así porque se actúa sin sentido común o con el peor de los sentidos. Porque es preferible no pensar que se actúa con la peor de las intenciones, porque no se puede entender que alguien actúe para ir contra sus propios objetivos, sino que lo que ocurre es que se actúa sin poner en práctica el sentido común, junto con otros principios y valores que nos llevarían de una forma directa y sin rodeos a conseguir nuestros objetivos personales y colectivos.

Con respecto al sentido común, se ha dicho que la sensatez es la cualidad de las personas prudentes, con buen juicio, que actúan y toman decisiones con madurez y cordura. También se indica que la sensatez es una capacidad propia de los seres humanos para conducir sus actos, obras y pensamientos, guiados por el sentido común.

Así pues, actuar con sensatez en nuestros actos es actuar con prudencia, pero no con lentitud, porque en algunos sectores se asocia que si se es prudente no se es resolutivo, y la sensatez y la prudencia no son opuestos a la eficacia, la eficiencia y la efectividad, sino que participan en el mismo escenario del terreno de los medios y habilidades puestos sobre la mesa para conseguir el objetivo. Por ello, el actuar imprudentemente, o con parámetros de ignorancia sobre la forma de hacer las cosas nos lleva a resultados negativos alejados de la verdadera respuesta que las sociedades demandan de los individuos. La sociedad no puede actuar con sentido común, sino que precisa que sus miembros sean los que hagan de esta forma de comportarse una verdadera conducta generalizada acerca de cómo hacer las cosas y en beneficio de la sociedad.

Bajo este prisma, se suele decir que el actuar de forma prudente es una necesidad social que se ejecuta o pone en marcha por los individuos. Y si conseguimos que ello se convierta en una "conducta social generalizada" los resultados irán apareciendo de forma paulatina, pero segura. Porque al actuar con sensatez habremos recortado al máximo los riesgos del "actuar por error", o del "actuar por ignorancia", y ello nos permitirá alcanzar nuestro objetivo con eficacia y rapidez. También suele decirse que si se actúa con sensatez supone valorar los pros y los contras de nuestro modus operandi a la hora de actuar, porque sabemos que si lo hacemos de una manera concreta, ello puede tener un coste negativo, y en el balance es preciso valorar qué consecuencias negativas puede tener la forma de hacer las cosas, lo que no tiene que estar en contra de la eficacia si se tarda un poco más en conseguirlo, a cambio de que la mecánica de acción sea prudente, y no imprudente.

Todo ello nos lleva a una consecuencia economicista acerca de la forma de alcanzar objetivos buenos y eficaces siendo sensato. Porque conseguimos antes fines buenos para nosotros y los demás. Y, además, lo hacemos por la línea buena y directa. Sin rodeos y sin imprudencias o ignorancias. El problema es que en ocasiones se desconoce que estas últimas se tienen. Y eso es lo peor.

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