Siempre que emprendo ruta por la todavía llamada carretera de La Coruña, y me topo con esa cruz enorme en Cuelgamuros, en el horizonte próximo, no sé qué pensar. Estos días se habla mucho de ella, de la cruz, de la basílica, de los allí enterrados, sobre todo de uno, el general superlativo, del que se han dicho y escrito tantas cosas cuando la única que habría que repetir sobre él es una, y esa la sabemos todos, bueno, o casi todos: esos ciento ochenta oficiales de los ejércitos en la reserva que piden respeto a la figura militar, respeto al militar enterrado, en fin, no sé si dirán la misma cosa. No me imagino a ningún militar alemán pidiendo respeto por Hitler, tampoco a los rusos haciéndolo por Stalin, quizás los chinos, en su mundo contradictorio pero ordenado, no necesitan hacerlo porque lo ejercen, a Mao.

Yo, sinceramente, no sé qué se puede o se debe hacer con todo lo que hay en Cuelgamuros, porque es muy difícil traficar con el dolor después de tantos años. Porque en Cuelgamuros hay cantidades infinitas de dolor, el dolor de los presos que construyeron todo lo que allí hay, el dolor de las familias de los presos que murieron durante la construcción, el dolor de las familias de todos los que allí fueron enterrados a la fuerza, muertos, por una u otra razón siempre injusta, en nuestra guerra incivil, incluido el que presidió en soledad el altar mayor hasta otro día de noviembre de finales de 1975; el dolor que causó la dictadura del que ahora quieren trasladar. ¿Qué se puede hacer con tanto dolor? Hay quienes piensan que lo mejor es pasar página, que ya se hizo en 1977 o 1978, qué más da. Cuando niño, visitaba con mi abuela el pequeño panteón familiar en el cementerio de San Amaro en La Coruña. Está al final del pasillo principal, frente a la tumba de Manuel Murxía y sus hijos, y los de Rosalía de Castro, su mujer. A mitad del camino, la cruz de los olvidados, en la que mi abuela y yo siempre dejábamos unas flores sobrantes. Los olvidados tenían así su recuerdo, eran mencionados.

No sé si esa cruz de Cuelgamuros podría servir para algo parecido, pensaré en ello cuando vuelva a emprender ruta hacia Galicia. Lo que sí creo, como Santayana, es que los pueblos que olvidan su historia están condenados a repetirla. Y también reclamo que se grabe en nuestra memoria un solemne verso de Luis Cernuda: "Recuérdalo tú, y recuérdalo a otros".