La Provincia - Diario de Las Palmas

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INVENTARIO DE PERPLEJIDADES

Celebraciones y disfraces

En el Occidente cristiano es costumbre, entre febrero y marzo y tres días antes de que empiece el tiempo de Cuaresma, celebrar los carnavales, una festividad de origen remoto que se remonta al antiguo Egipto, a Grecia y a Roma. Son unos días de locura colectiva deliberada durante los cuales todo el mundo se hace pasar por lo que no es gracias a los disfraces. Los pobres se visten de ricos, los civiles de militares, las mujeres de hombres, los ateos de curas, y cualquier oficio o condición social de su contrario. En definitiva, y como suele decirse, es el mundo al revés. Toda esa confusión concluye el llamado miércoles de ceniza, que abre el periodo penitencial (para aquellos que quieran arrepentirse y pedir perdón por los pecados cometidos, claro). Son famosos, internacionalmente hablando, los carnavales de Venecia y de Brasil y en España los de Cádiz y Tenerife. Sin menospreciar otras peculiaridades locales muy curiosas. Así pues, está convenido que el Carnaval sea una fiesta de invierno y esa circunstancia ayuda a hacer más apetecibles los platos de comida contundente a base de cocidos de carne, preferentemente de cerdo.

Pero desde hace unos años a esa festividad le ha salido una competencia de verano en forma de conmemoraciones históricas que son, sobre todo, un pretexto para disfrazarse masivamente de lo que corresponda en cada momento. Antes de la eclosión de esa manía transformista, hubo antecedentes tan famosos como la fiesta de Moros y Cristianos de Alcoy (y también de otras localidades levantinas), en la que se rememoran los enfrentamientos armados que tuvieron lugar en ese territorio durante la llamada Reconquista. O el conocido como Alarde de Hondarribia en el País Vasco para celebrar el fin del asedio a que fue sometida la plaza en 1638 por las tropas del rey francés Luis XIII durante de la Guerra de los Treinta Años. Y por supuesto en ambos los dos casos los participantes en la demostración visten trajes de época, que en el caso de los moros son especialmente vistosos (en materia de lujo, lo oriental no tiene competencia). Por cierto que, durante unos años hubo una intensa polémica en el Alarde por el derecho de las mujeres a participar en el desfile vestidas de soldados y no de camareras. Al final, el debate se trasladó a los juzgados y el Tribunal de Justicia del País Vasco acabó por reconocer el derecho de las litigantes a vestir el traje de soldado por mucho que en la histórica ocasión que se conmemoraba no hubiese costumbre de incluir mujeres entre la clase de tropa.

Cito estos dos antecedentes, porque desde entonces han proliferado los pretextos para vestir de época. Con mayor o menor despliegue de medios según la disponibilidad económica de los promotores de la juerga, que en algunos lugares es un ayuntamiento deseoso de aumentar el atractivo turístico de la ciudad, o del pueblo. En unas ocasiones de lo que se trata es de imitar los usos y costumbres de los romanos, en otras, de los vikingos, de los caballeros templarios, de las tropas napoleónicas, o de lo que sea que aún no se les haya ocurrido a los del pueblo de al lado. Lo importante es disfrazarse.

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