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crónicas galantes

El contrabando nunca muere

Relanzados al estrellato por la serie Fariña, los contrabandistas gallegos no paran de salir últimamente en los papeles y telediarios, lo que acaso confirme que la ficción viene a ser una variante algo precoz de la realidad. Un día es Sito Miñanco el detenido por enésima vez; meses después cae -¡a los 85 años!- un Charlín al que mejora en pantalla el enorme actor Morris Durán y, para redondear, incluso el retirado Laureano Oubiña publica sus memorias.

Mejor les hubiera ido a los dos primeros si imitasen el ejemplo de Oubiña, que hace lo propio de cualquier jubilado. La mayoría de los pensionistas se limitan a contar sus batallitas en el bar, pero Laureano tiene a sus espaldas una vida de película y, lógicamente, ha preferido escribir un libro. Con el riesgo cierto de que algún productor decida sacar de ahí el guion para un largometraje.

Tan cinematográfico parece todo esto que la historia de los matuteros gallegos, al revés que alguna de las aventuras de James Bond, podría titularse: El pasado nunca muere. Pasan las décadas y los protagonistas envejecen hasta sobrepasar la edad de retiro, pero ahí sigue la mayoría: ya sea en la ficción televisiva, ya en el presente judicial.

De todos ellos, el más peliculero es Miñanco, por sus breves similitudes (y grandes diferencias) con Pablo Escobar; pero el que daría mejor juego para una peli es tal vez Oubiña, por más que esté retirado, o precisamente por eso.

El que en sus comienzos ejerció de perito transportista de rubio de batea, ahora reconvertido a memorialista, ya había demostrado sus dotes para la interpretación en el juicio de la Operación Nécora. Se presentó ante las severas gentes de la toga con zuecos de labrador antiguo; contestó indistintamente en inglés, castellano y gallego al fiscal antidroga, confesó que guardaba su dinero "en la vigha" y respondió con un "Non hai dúas sin tres" cuando le preguntaron por su segunda esposa.

Casi tan a gusto entre focos y flashes como el juez Garzón que instruyó el primer gran caso contra él, Oubiña pareció siempre feliz ante las cámaras para las que posaba luciendo habano y campechanía.

No es el único que ha demostrado ingenio, desde luego. En aquel mismo juicio, el viejo Charlín protestó airadamente: "¿Qué clan de los Charlines, pero de qué están hablando? ¡Si yo ni siquiera soy el jefe del clan de mi familia!" Más imaginativa aún estuvo su hija Josefa al comparecer ante los jueces en otra causa distinta. No es que estuviese huida; es que no me buscaron bien, vino a decir a modo de explicación de su permanencia en paradero desconocido durante seis años.

Puede que se trate de un racial rasgo de sentido del humor el que lleva a los contrabandistas -gallegos, a fin de cuentas- a gastar abundantes dosis de ironía en sus tratos con los togados. La frase del ex Oubiña tras ser capturado en Grecia al cabo de un año de fuga -"Estuve de vacaciones"- bien podría acreditarle como guionista de thrillers de acción, más allá de su actual ocupación como escritor de memorias.

Lo cierto es que el contrabando podría ser causa de adicción entre quienes lo practican, a juzgar por sus frecuentes recaídas en el vicio de las descargas. Aunque parezcan cosa del pasado o personajes para el recuerdo en las series de la tele, los hechos, tozudísimos, invitan a pensar que el pasado nunca muere en tierras de la raya. El contrabando es un presente continuo.

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