La Provincia - Diario de Las Palmas

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in memoriam

La mejor paz, amigo

El miembro mas significado, decidido y valiente de una familia trabajadora, Félix Santana, acaba de morir, dejando a su esposa Isabel, a sus hijos José Félix, Ana y Mónica; a sus hermanos Carmelo, Carmencita, Rosita, Candita, Meri, Rogelio, Juan e Isaías; al resto de familiares y a la gran cantidad de isleños (de nuestras siete islas) bajo la bandera genérica de Hermanos Rogelio tristes y aquejados, como si fuera familia propia, porque así era considerada por la mayoría de afectos que agruparon en un periquete.

¡Cuánto y cuánto tiempo hace que he escrito de ti y tu familia Félix! Lo hice sin que fuéramos de trato frecuente, antes de que te hicieras un hombre y tu familia un poder, o sea... lo hice con afecto y admiración cuando tu padre, agricultor, repartía sus productos propios de la tierra, casa por casa, en los pueblos cercanos, cosa que conté cuando murió, ya hace mucho tiempo. Y lo hice con tal sentimiento que varios años después aquel artículo de su muerte figura, y allí lo vi encuadrado en el salón de tu casa, ocupando espacio del comienzo de tu historia y entre los mas queridos recuerdos del patriarca, y que está, me dicen, no solo en la casa de Félix, sino que también en el salón de recuerdos de los demás hijos vivos, ocho nada menos, porque todos guardan veneración por el autor de sus días a quien dicen ver representado también en el comedor principal como recreo pictórico de una zafra patatera con nutrida representación colectiva de gentes de la zona.

Félix, puede decirse que tú y tu restaurante rompieron aguas junto a la aparición de la UD y del Estadio Insular, a 50 metros de tus mostradores, donde se cruzaron las más diversas discusiones, promesas, triunfos y fracasos. Fuiste el eje principal de los partidos fuera del terreno.

Aparte de ello, fuiste la gran persona representativa de la Casa y el primer diplomado de la Escuela de Hostelería, nacida en San Cristóbal. Hiciste pasar por el Rogelio a todo el mundo, seguidor o contrario a los amarillos, pero siempre con una sonrisa en la boca. Alimentaste muchas ilusiones y ganaste muchos amigos. La gente te recuerda de entonces y te recordará durante mucho tiempo, animándote en tus peticiones de forma incansable. Tú servías con la mano derecha y con la izquierda, y, a la vez, como mirando a las gradas, exclamabas sonriente y rotundo "¡sigan... sigan pidiendo! Y pedimos. Pero ahora para ti. La mejor paz, amigo.

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