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reflexión

La predicción de Holberg

La primera vez que se escucha la voz de Erik en El fantasma de la Ópera, la famosa obra de Gaston Leroux, es para decir: "¡Christine, es necesario amarme!" La soprano, apenas repuesta de su desmayo, y en un hilo de voz, le responde: "¿Cómo puede decirme eso? ¡A mí, que sólo canto para vos!" Salvando lo literario, este es el gran acierto de la imagen que transmite el clásico francés. Únicamente, hay que cambiar una palabra en el texto, "Christine" por "Cataluña", para obtener el pulso actual a la realidad social y política de nuestro país. El insensato, el delirante y el también alucinado no deja de solicitar de sus conciudadanos una entrega casi religiosa hacia sus decisiones, que no dejan de ser una muestra de un estado mental, al que por fuerza ha de someterse el común de los españoles. Y, lo peor, no es que se echen de menos nuevos comicios, sino que el iluminado cree representar la voluntad general de todos los catalanes, lo cual evidencia el trastorno que le asola.

Ludvig Holberg está considerado como uno de los fundadores de la literatura danesa y a él le debemos una de las predicciones más inquietantes y divertidas con respecto a la evolución de la humanidad. Según su tenor, no deja de sorprender la cantidad diaria de nuevos locos o estúpidos en el mundo. Y uno se pregunta, si la predicción fue elaborada en pleno siglo dieciocho, cuando la Ilustración hacía furor, qué ocurrirá en este presente gobernado por la posverdad y el procés. Mucho me temo que su número se volverá exponencial, salvo que se administre el oportuno remedio. Por lo pronto, ya se cuenta con el diagnóstico, fundamental para enfrentar el problema. Lo dio alguien al que se debería volver más a menudo, precisamente, para no caer en la estupidez o en la ignorancia. Kant, en una obrita de 1764, titulada Ensayo sobre las enfermedades de la cabeza, da justo en la diana de la dolencia. "La ceguera del orgullo produce a veces locos bobos y a veces presuntuosos, según que haya tomado posesión de la cabeza vacía bien una pueril inconstancia o bien una rígida estupidez", sentencia el de Königsberg, anticipándose en más de doscientos años al mandato de Quim Torra, emblemático jefe y epítome de las acciones de los soberanistas. Por desgracia, y aquí radica la complejidad del asunto, la estupidez resulta poco menos que incurable porque "es difícil eliminar los salvajes desórdenes del cerebro trastornado", además la debilidad mental les impide "a estos desgraciados salir del estado de infancia" en que se encuentran.

Y, sin embargo, sigue insistiendo este nuevo fantasma de la política en que le demos nuestra confianza, en que admitamos el discurso de la "razón invertida", como dice el filósofo alemán. Y hasta ahí podemos llegar porque la inversión de la racionalidad es, propiamente, la locura. De persistir, que lo hará, y sin que nadie lo remedie, volverán a llorar los ángeles, como escribía Leroux, pero no por escuchar un trino celestial, sino por el empecinamiento de una minoría en seguir el camino impuesto por un insensato.

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