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entre líneas

El máster de Casado

El asunto del master de Casado no me deja indiferente. Me incomoda como demócrata por la simpleza de que un título más o menos epifenomenal se interponga y cortocircuite un proceso limpio de selección del líder en un partido de derechas y de gobierno.

Parecería que los compromisarios del partido popular fueran como aquellas mujeres que soportan ser engañadas porque les encantan el tipo canalla philanderer o womanizer, dicho en ingles por expresar mejor ese biotipo que se desliza entre donjuán y el simple y más o menos vulgar mujeriego.

Porque entre varios y buenos líderes eligieron al que escondía dudas, al que podía estar incurso en una posición de cohecho. Eligieron al que podía estar engañándoles.

Manuel Jabois es un buen periodista político siempre listo para adentrarse en la crítica deportiva, lo que refleja una gran capacidad de contacto con el cuerpo social. Jabois, en un artículo que tituló "El PP de las trolas", relata que en el Congreso del Partido Popular sucedió que estaba José Manuel Soria mal colocado, allí donde estaban los notables, condición que él obviamente ya no comparte.

Según Jabois estaba allí según el mismo Soria manifestó para ver de cerca la cara de la derrota de Soraya, que un día le llamó a la Vicepresidencia y le recibió con los papeles de Panamá encima de la mesa. Como gustaba decir a Soria cuando gobernaba y es una frase que yo jamás uso: "No lo digo yo, lo dice Jabois".

De lo que cuenta Jabois se deduce en primer lugar que Soria votó contra alguien y no a favor de nadie. Peor es que practica la venganza. Aún peor es que la práctica de la venganza tiene la condición de fría. Pero lo que de verdad es demoledor es que detesta a Soraya por cumplir con su deber que es poner de patitas en la calle a alguien, que como dijo Montoro, que no lo digo yo, forma parte de la reducida cohorte que teniendo cuentas en Panamá no puede ser ni ministro ni nada. Y es así como encontramos en la política de partido la parte miserable de la condición humana. Votamos ejerciendo el valor supremo de la democracia desde lejos de las zonas templadas del espíritu. Me acuerdo del gran maestro Tolstói, que decía que no era la cuestión cambiar las relaciones entre pueblo y gobierno sino cambiar al hombre en sí. Y para eso tenía que aparecer la fraternidad, una nueva moral más allá del Estado y los partidos que resida en lo más hondo de la conciencia individual.

Madariaga definía al español como un ser defectuoso por su carácter vertical, autoritario, insolidario y con un fuerte diseño individual.

Algún compromisario no leyó a Tolstói pero fue retratado por Madariaga.

José Francisco Henríquez Sánchez. Ingeniero

de Caminos, Canales y Puertos. Economista

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