Hay analistas políticos, o periodistas repercutidos en analistas, empeñados en utilizar etiquetas y herramientas prehistóricas en los tiempos que corren, claramente posthistóricos. Decir que el ministro del interior italiano es un fascista es equivalente a tildar a las actuales mandatarios del PP de franquistas. Están todos más allá del río Grande, escurridos en el lodazal de la falta de vergüenza porque son muy conscientes de que en el mercado actual de votos solo se compra la estupidez inmediata y sin aderezos. Otra cosa es lo que le ocurre al gobierno de España que preside Pedro Sánchez: sin un segundo para pensar después de su investidura, con un par de días para elegir equipo, con casi todas las líneas editoriales de los medios de comunicación en contra y a la contra, se permite el lujo de vivir en permanente estado de "obra en proceso", debate interno constante y a la vista de todos. Cuelgamuros, los presupuestos, el asunto de las denuncias del fugado Puigdemont, los saltos en la frontera de Ceuta, los desgraciados que huyen de la desgracia y que sobreviven hasta subirse en barcos que no saben dónde pueden desembarcarlos... ¿Algo más? Sí, por supuesto, el ajetreo con las víctimas del terrorismo a las que a una serie de desalmados les parece que el mejor consuelo que pueden tener es recordarles todos los días que son víctimas y señalar a los culpables de su desgracia, aunque estén presos, aunque hayan cumplido con la pena que nuestras leyes señalan.

Gobierno abierto, pues, como sinónimo de transparencia, auténtica diosa de nuestros días y nuestras noches. Gobierno abierto como señal de estrategias diferentes para problemas distintos, o como ejercicio tan separado de la política hasta ahora conocida como pegado a las esencias de la política misma: la dialéctica.

Gobierno abierto que también significa someter decisiones, ponderar, rectificar si hace falta, sondear, preguntar e intentar encontrar salidas, soluciones a problemas ciertos y descartar los falsos. Gobierno inepto, escriben los que lo llevan todo escrito antes de ponerse a escribir. Se van a equivocar de forma estrepitosa, me lo aseguran en Ladrido (Coruña) y también en Cariño (Coruña) aunque allí con menos fuerza, fruto de viejos agravios locales.

Gobierno abierto con final estruendoso de verano y animado principio de otoño, con duelos, quebrantos y gritos, muchos gritos y ruidos: malditos cortacéspedes.