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ZIGURAT

Una Iglesia enferma

La Iglesia católica atraviesa una de sus épocas más traumáticas y difíciles de su historia. Con la renuncia del papa Benedicto XVI y la llegada del jesuita Francisco, se abrió una brecha entre lo que es y lo que tiene que ser la institución cristiana. A este trance histórico se une el que en la última década las redes sociales han sido una de las herramientas más poderosas que han existido para lo bueno y para lo malo. Para convertirse en un lodazal o en un estercolero de noticias, informaciones y opiniones que en la mayoría son mentiras, imprecisiones o simplemente anónimos donde se apunta a todo lo que se mueve en la dirección que el sistema no permite.

Y la Iglesia católica está en el centro de todo este juego cruel de política, diplomacia, capital y lo que es peor: moralmente tocada y mortalmente herida. Los innumerables casos de abusos y acoso en la historia reciente, que se publican un día sí y otro también, constatados fielmente, no son cuestiones frívolas ni ligeras, sin ningún lugar a dudas es una de las conductas delictivas más sangrantes de una institución que no ha sabido llevar con dignidad su condición de movimiento de caridad y compasión.

En algunos medios, los de la Conferencia Episcopal, parece que el tema de los abusos en muchas comunidades religiosas y educativas en diócesis de todo el mundo no va con ellos, hablan del tema catalán como una cantinela, un día y otro, porque haciendo honor a su pasado estar junto a la unidad de la patria en momentos difíciles es su deber y así les fue. No he oído a víctimas de pedofilia, no he oído entrevistas a personas que han sido dañadas durante años por parte de algunos hombres y mujeres que tenían como principal tarea la de intentar hacer mejores y más críticos con la injusticia a seres humanos con la educación y la acción. Al contrario, han estado durante décadas usando su posición de privilegio para cometer actos que son repudiables en cualquier sentido.

Tiene la Conferencia episcopal sus medios de comunicación de radio, televisión, digital y papel y sus correspondientes directores estrella que cobran millones en una empresa que debe estar al servicio de los desahuciados.

Francisco, con sus últimos titubeos, ha roto una línea de claridad y concisión que le caracteriza cuando es él y no su séquito de aduladores, purpurados, enriquecidos con dinero ajeno y convirtiendo el Vaticano en algo parecido a lo que gritaba Savonarola en las calles y púlpitos de la Florencia renacentista.

Se llevan las manos a la cabeza, se rasgan las vestiduras, presentan denuncias contra ofensas al credo de muchos españoles, ya sea por la representación de las drag, por la profanación de no se qué o por cualquier obra de arte que ofenda la creencia de algunos; y no, ese no es el problema. El problema es que han empezado un feroz ataque contra la línea de flotación de una Iglesia progresista que representa -aún- este papa, por parte de una jerarquía que quiere echar tierra sobre lo que no se puede enterrar: la conciencia. A base de millonarias indemnizaciones se han librado de confesiones y condenas que hacen temblar cualquier cimiento de justicia y han quebrado el principio de autoridad moral que se le supone a una institución cuyo principal cometido es la compasión, el acompañamiento del que sufre: lo saben bien: si no tengo caridad, si no la entrego, de nada me sirve.

Pero han escogido esconderse, pelearse a muerte, convertir los apartamentos vaticanos en casa de juego, en lugar de concubinato y en espacio de lujo de unos pocos, los que no quieren que la iglesia del XXI, un siglo feroz, sea un lugar de acogida.

Y así, entre la confusión que da el miedo, y la ignorancia, la hermenéutica testaferra y la interpretación errada del magisterio de algunos sacerdotes, nos llevan a asistir a comportamientos que están años luz de lo que la Iglesia lleva practicando hace mucho tiempo; y un ejemplo lo acabamos de tener en Telde cuando se le ha negado la comunión a Héctor Suárez, un ser humano, católico, que se acerca para estar en la comunidad y hacer comunión con los que se reúne en nombre del maestro, sin otra pretensión, según su credo, de ir en paz y practicar la justicia en sus actos, que no la doctrina de catecismo. De nada sirve una interpretación estricta del derecho canónico cuando se trata de personas que necesitan gracia y no parágrafos o motu proprio.

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