El escritor Alberto Savinio comienza su libro Maupassant y el otro con una frase sorprendente: "Maupassant, un verdadero romano". Supe, nada más leerla, que formaría parte de las citas ininteligibles que no mueren en mí después de acabar la lectura de los libros donde las descubro. Siento una extraña atracción por frases enigmáticas e incomprensibles. Aparecen ante mis ojos como portadoras de un lenguaje cifrado, en cuyo misterio se encierra un conjunto de sentidos potenciales. Su naturaleza ambigua se vuelve un incentivo para seguir rumiando posibles significados a la espera de cristalizarse. Nada importa que no lleguen a significar algo en concreto. Estimulan la reflexión y hacen que la mente se mantenga en movimiento, despierta.

Aquello que no se comprende, me digo, deja huella y abre un fabuloso mundo de posibilidades. Al fin y al cabo, entender es una manera de encorsetar la realidad, de someterla a los esquemas predeterminados de la limitada percepción humana.

La frase del libro de Alberto Savinio es un epígrafe perteneciente a Ecce homo, de Nietzsche. Deja todavía más perplejos a los lectores porque, como escribe Savinio, los epígrafes se ponen a la cabeza de escritos para esclarecer de forma escueta su contenido. Considera, sin embargo, que el epígrafe de Nietzsche ilumina tanto mejor la figura de Maupassant cuanto que no se comprende lo que quiere decir. Esa absurda definición que llama "romano" a Maupassant, añade, suscita un mayor interés hacia este que una definición exacta o menos superficial.

Quizá Nietzsche no quiso decir nada en particular, apunta, y pregunta con una buena dosis de ironía: "¿Me entenderá el lector si digo que cuanto más se dice es no diciendo nada?" No en vano el epígrafe de Nietzsche quedó para siempre grabado en su memoria desde que leyó Ecce homo, treinta y cinco años atrás, y a partir de entonces le fue imposible pensar en Maupassant sin pensar al mismo tiempo: "un verdadero romano".