Yo recordaba de otra manera la escena del libro. Nueve o diez años atrás había leído la novela Hoy, Júpiter, de Luis Landero. Desde entonces retuve en la memoria una cita que el olvido no alcanzó a borrar. Sin embargo, con el transcurso del tiempo cambié un poco el escenario donde el protagonista, un joven escritor, rememora un momento de su pasado cuando era adolescente. En mi mente quedó grabada una comida familiar interrumpida por una fuerte discusión. Todos arremeten contra el chico, él se levanta de la mesa muy enfadado y les lanza las palabras que me resultan inolvidables: "Me voy a leer a mi cuarto para siempre".

Hace días busqué y encontré la escena en la novela de Luis Landero. Me pareció curioso que yo fantaseara con una discusión que no ocurrió. En realidad, a los postres de la celebración familiar, el adolescente dijo de pronto: "Me voy a mi cuarto a leer". Enseguida se levantó y se vio en el espejo del aparador. Le pareció que en su cara había una expresión grave, más propia de un adulto. Todos lo miraron entre irónicos y extrañados por el tono solemne que había usado para una frase tan banal. "Me voy a leer", repitió como si se despidiera para un largo viaje.

Tal vez mi fantasía añadió una discusión al fragmento del libro, e incluso inventó conversaciones corrientes y aburridas durante la comida familiar, porque así resaltaba la distancia entre la gris realidad y la literatura como hipótesis de vida. Al fin y al cabo, el chico va luego a su cuarto, se entrega de lleno a la lectura y se dice: "Este es mi mundo". Imaginó que en él podría ser humilde y poderoso, rey y vasallo, mendigo y donador. Podría ser otros. Leía sin detenerse y el libro, con su bullicio de imágenes, personajes, conflictos en marcha y palabras ansiosas por significar, era en sus manos algo vivo y palpitante como un pájaro. Entonces pensó que lo que tendría que haber proclamado al levantarse de la mesa es: "Me voy para siempre a leer".